miércoles, 21 de abril de 2010

San Luisito


Esta es la primera vez que escribo un cuento que dure más de cuatro páginas. Desde hace mucho tenía ganas de hacerlo, pero nunca me doy el tiempo para escribir, sobretodo por que la inspiración me abandona a ratos. De cualquier manera, espero que esto justifique tanto tiempo desatendido el blog, que la gente que se pasee por aquí disfrute leerlo así como yo goce al escribirlo. Es un paso más en mi camino, pero es un paso un poco más grande. Espero que se enamoren de San Luisito como yo lo hice y los haga sentir tanto que quieran volver a repetirle. Por cierto, prepare un par de detalles para que disfruten más la lectura. Como pueden ver las entradas están ingresadas de la última a la primera, para que si ustedes seleccionan la etiqueta “San Luisito” puedan leerlas en orden de arriba hacia abajo sin problemas (por que si las ingresaba en orden, la última parte estaría hasta arriba), además por esta ocasión puse música para que puedan disfrutar mejor de la lectura. Espero les guste y me dejen un comentario de que les pareció. Saludos a todos.

Y por si de plano son muy flojos:
Parte 1          Parte 2          Parte 3          Parte 4           Parte 5

La llegada (1 de 1)

 


Llegamos a San Luisito justo cuando se desató el invierno, el frío era tan intenso para nosotros que a pesar de tener la calefacción del automóvil en su máxima potencia podíamos ver nuestro aliento como si estuviéramos fumando. Yo estaba insoportable, el frío no me permitía ni encender un cigarrillo pues no podía bajar el vidrio y mi mujer nunca me permitiría llenar el aire con humo, la falta de nicotina me alteraba sobremanera, lo cual sólo fue molesto para mí, pues los demás trataban de dormir debajo de sus abrigos y sus cobijas. El viaje tenía un objetivo común: relajarnos de la vida en la gran ciudad, pero cada quien tenía sus motivos particulares.
Laura estaba tratando de superar nuestros problemas de pareja, es cierto que yo no había sido el más comprensivo, exceso de trabajo y falta de empatía emocional, pero también es verdad que ella no había podido superar su visita al médico hace seis meses. Ella tuvo la desagradable experiencia de ver su sueño roto. No podría ser madre. No es que yo no quisiera un hijo, pero a diferencia de ella, no era mi principal objetivo en la vida. Primero fue la decepción, pude ver como su corazón iba quebrándose, la persona que todo ese tiempo había sido mi mujer poco a poco se fue transformando en alguien completamente distinto. El resentimiento vino después, un mes después al recibir los resultados de sus exámenes posteriores. La causa de la debilidad de su útero había sido una enfermedad venérea que había obtenido por mí hace tres años, cuando nos casamos. Yo había tenido una vida bastante activa antes de ella, uno cree que puede controlarlo todo, un condón y todo está resuelto, pero lo cierto es que si hubiera sido más selectivo, si hubiera podido controlarme, ella no había sufrido eso. Seis meses de tristeza, en los que no sólo perdió sus esperanzas, sino también su plan de vida y todos sus sueños. Pensamos en adoptar, pero ambos sabíamos que todo iba demasiado mal como para intentar hacer tal cosa, como para compartir nuestro infierno personal con otro ser vivo. Un hijo no merecía eso.
En el asiento trasero dormitaban Ángela y Noel, una pareja de amigos que conocíamos desde nuestro tiempo en la universidad. La excusa para invitarlos era el conocer otros horizontes, relajarnos y poder sentir la paz de un pueblo pequeño y colonial como San Luisito, pero la verdad era que ellos lo necesitaban, su terapeuta se los recomendó. Era un secreto entre los cuatro, que nunca se mencionaba pero todos conocíamos, el que su relación nunca ha sido la mejor. Ellos tenían la facultad de poder hacerse mierda mutuamente y a pesar de eso seguir juntos. Tenían problemas desde los tiempos en que estudiábamos en la escuela y creo que hubo muchas cosas que nunca pudieron superar. Sufrían de males comunes que condimentaban su relación para una perfecta receta de heridas mutuas. Ángela y Noel eran demasiado activos en la cama, el problema es que esa actividad no siempre era dentro de la pareja. Creo que la primera vez fue Ángela, un antiguo novio se presentó en el momento menos oportuno. Justo después de haber discutido con Noel acerca de su relación, que si no formalizaban, que si él tomaba mucho, que si ella también, no recuerdo como empezó todo, pero una cosa llevó a la otra y lo que pudo ser una simple pelea de pareja terminó con Ángela en la cama de Luís, su ex novio.
Noel se reconcilió con ella dos días después sólo para que la verdad saliera un par de meses más tarde en una noche de copas en la que por desgracia Laura y yo estuvimos presentes. Estábamos en casa de Ángela con un par de botellas jugando a las cartas, póker y apuestas. Todos nos divertíamos, hasta que salió la ocurrencia hacer el juego interesante, en lugar de apostar dinero o prendas, jugamos a contestar preguntas, quien perdiera tendría que contestar la pregunta que le formulara el ganador. Jugamos cerca de veinte minutos, ciertamente entre los cuatro nos conocimos más, hasta llegar al desafortunado momento en que Noel pensó que sería gracioso preguntarle a Ángela si alguna vez le había sido infiel. El silencio sólo duró un par de segundos, un par de segundos en los cuales los cuatro callamos la verdad que todos sabíamos, pero ninguno se atrevía a decir. Desde entonces su relación fue de mal en peor.
El amor entre ellos fue tan grande como para no terminar su relación y, rara cosa, parecía haberse hecho más fuerte. Eso hasta que Noel le pagó con la misma moneda. Ojo por ojo. Todo se convirtió en una bola de nieve, si él se acostó con una puta sólo por venganza, ella respondía tirándose a un tipo que conoció una noche en un bar, por lo que él entonces se metía con Jazmín, la mejor amiga de Ángela y Laura. Una infidelidad tras otra, una pelea tras otra, pero nunca pudieron dejarse. Por eso estaban con nosotros en ese coche, por un lado necesitaban olvidar, por el otro el alejarse de la ciudad que había visto tantas de sus peleas sería un paso adelante. Tenían que restablecer una intimidad, dijo su terapeuta y nosotros sólo teníamos que ayudarlos a pasar un poco de tiempo de calidad, de reforzar el amor que se tenían y lograr que su coodepencia se convirtiera nuevamente en una relación de pareja.
Por último, dormido junto a ellos debajo de un cobertor de bebé se encontraba Alberto, mi mejor amigo. A él siempre le emocionó la aventura. Estuvo tan ocupado en su vida buscándola que nunca tuvo oportunidad de crearse una vida de verdad. Tuvo muchas oportunidades, muchas mujeres con las que cualquiera soñaría con acostarse, tenía fama y fortuna. Siempre supimos que él era un artista. Se dedicó a la música, estudió cerca de una década para lograr el renombre que tenía actualmente, pero lo cierto es que su vida personal, sus amigos y personas que valoraba en su vida se reducían a una persona: yo. Sus padres se habían divorciado cuando él era joven y pelearon por no tener que cuidarlo. Por lo que tan pronto tuvo la mayoría de edad, dejó su casa y se fue en busca de sus sueños. Fue cuando yo lo conocí. Era una persona alegre, siempre rodeado de personas, siendo el alma de las fiestas, el galán que todas querían tener. Y a pesar de eso era el hombre más solitario del mundo. Tal vez por eso nos hicimos amigos a pesar de ser de mundos tan diferentes, por que ambos conocíamos la soledad. Es cierto que su música es la mejor, toda una promesa de nuestros tiempos. Pero también es cierto que necesitaba aprender a confiar, por eso lo invité al viaje con nosotros. Pensé que la convivencia con el grupo le haría bien, aprender a romper sus barreras y saber que hay otros seres humanos en que podía confiar. Quien sabe, tal vez en San Luisito podría conocer la vida simple de las ciudades pequeñas, la cordialidad de su gente podría abrir un poco su corazón y tal vez enamorarse realmente por una vez en su vida.
Pero lo cierto es que la razón principal del viaje había sido yo. Por eso todos aceptaron venir sin objeción. Había sufrido una crisis un mes atrás. Siempre fui una persona ordenada en la vida. Metódico y sistemático eran mis apellidos. Durante todo mi aprendizaje siempre fui el estudiante modelo, mis padres siempre estuvieron orgullosos de mí y me apoyaron cuando decidí estudiar psicología. Terminé la licenciatura sin problemas y la maestría tampoco fue un gran trabajo. Era adicto al conocimiento, a la intelectualidad. Siempre trabajando con mi mente, sudokus, juegos de palabras, literatura, juegos lógicos y matemáticos, adivinanzas y acertijos, ensayos, cubos rubyk, cualquier cosa en la que tuviera que trabajar mi cerebro la realizaba y con éxito. Pero lo cierto es que un día me di cuenta de que había llegado al límite. Me di cuenta de que mi vida no tenía sentido, tanto tiempo almacenando conocimientos, aprendiendo teorías, leyes, reglas… Tenía mi fama como psicólogo y en mi consultorio siempre tenía trabajo. Me casé con Laura, por que la amaba, por que con ella era feliz y podía construir una vida. Tenía buenos amigos y mi familia no podía estar más orgullosa. Entonces descubrí que me sentía vacío. Había logrado todo lo que me había propuesto en la vida, pero nada tenía sentido si un día iba a morir igual que todos. No soporté esa idea.
Eso pasó un día en mi consultorio, Marco había sido un paciente con quien había tenido terapia cerca de seis meses. Era un chico en verdad sorprendente. Tenía una creatividad sin límites, se dedicaba a la pintura y su arte había viajado por todo el mundo. Conocía París como la palma de su mano. Había estado en los cinco continentes y tenía un par de millones, a pesar de sólo tener 25 años. Nunca entendí por que me eligió a mí pudiendo pagar a un terapeuta de renombre internacional. Cuando acudió a mi consultorio fue por que creía que yo podía ayudarlo con sus problemas de depresión. Había tenido varios episodios y acudía con los mejores psiquiatras, para su medicación. Pero además de eso quiso una terapia psicoanalítica, quería que yo le ayudara a entender de donde había salido su tendencia a la depresión. Se resistía a creer que todo fuera algo orgánico. La terapia había tenido sus resultados positivos. Yo noté una mejoría notable en él y sus episodios depresivos eran cada vez más escasos. Yo llevaba tiempo pensado en darlo de alta. Luego sucedió. Lo encontraron en un cuarto de hotel. Se había cortado las venas y había pasado sus últimas horas destrozando sus últimos cuadros, redibujando en ellos con su sangre, rompiendo marcos, desgarrando papel. No había dejado una nota, ninguna explicación de por que había tomado esa decisión.
La prensa dedicó muy poco a tiempo a Marco. Una primera plana, un par de reportajes en la televisión, un mini documental de una hora acerca de la vida del artista y su trágica muerte y luego, lo olvidaron, pasó a ser parte de la cultura pop. Su arte había viajado por todo el mundo, era un artista que había logrado a una edad tan joven lo que otros intentan toda una vida. Su obra era única y ha sido admirado por grandes pintores y críticos. Pero al final de todo lo olvidaron, como otro producto desechable. No logré superar que su existencia terminara de esa manera. No sólo había sido mi paciente, había sido una inspiración, un ejemplo a seguir, quería ser como él. Lograr en la literatura lo que él hizo con sus pinturas. Pero, qué sentido tenía que yo escribiera lo nueva novela del siglo XXI y muriera famoso si al final, iba a terminar pudriéndome como él. Abandonado en una tumba. Todo lo que fuiste se termina en un segundo y nunca más vuelves a existir, esa es la vida.

Hotel Amanecer (2 de 5)

 


El hotel se mostraba justo frente a nosotros cuando los desperté. Amanecer, se llamaba, nos había dicho que era el mejor lugar para llegar, era suficientemente económico y tenía las comodidades que podríamos necesitar, una cama agradable, agua caliente e incluso un comedor para no tener que salir del hotel. Lo que no decía el folleto era que su estilo era más bien decadente. La fachada se mostraba desgastada, la pintura parecía haber sido nueva hace uno o dos siglos, las ventanas estaban negras, al principio pensé que por las cortinas, pero después pude comprobar personalmente que era la mugre que había traído los años (eso y mucho descuido por parte de los dueños). La puerta principal era pequeña, de madera y con detalles de figuras que resultaban más bien inquietantes, en la parte superior se mostraban un par de animales, un carnero, un caballo y un cerdo, en el resto venían extraños trazados, tal vez eran símbolos cristianos antiguos, la verdad es que no estoy muy familiarizado, de cualquier manera bajamos todos cargando cada quien su equipaje. Entramos al hotel, Ángela, Noel y Laura seguían medio dormidos, por delante íbamos Alberto y yo, pasamos por un pequeño pasillo para llegar a recepción, en el cual se podían ver cuadros de santos, cada uno en el momento de su ejecución, me parecía bastante desagradable ese recibimiento, ver como a cada uno de esos hombres los habían colgado, quemado, torturado, sacrificado, todo por tener una fe que no iba de acuerdo a su tiempo. Creo que sólo Alberto y yo notamos los cuadros, pues los demás ni se inmutaron, creo que por eso él y yo cruzamos una pequeña mirada, algo así como un “¿y esto es lo que nos espera?”.
En recepción las preguntas fueron pocas, ya nos esperaban y sólo había que llenar el formulario. Alberto no quiso dejarme solo mientras los demás subían a sus respectivos cuartos. Desde esa fatídica tarde en que mi intento de suicidio falló él no dejó de preocuparse por mí. Después de haber llenado al formato, la señora que nos atendía me pregunto que si ya nos habían informado del peligro de la niebla. La señora Rosa era esa clase de ancianas con las que no quieres estar mucho tiempo. Tenía los dedos quemados, esa clase de defecto físico que produce el fumar demasiados cigarros caseros, que poco a poco va quemando la piel hasta crear un horrible callo con un desagradable color café oscuro. Además era bajita y parecía que no llegaba a pesar si quiera cuarenta kilos, su brazo era tan delgado que temí romperlo al saludarla. Sus ojos eran comunes, con un tono café desganado, pero estaban apagados, como si hubieran vivido una larga vida de decepciones, de ver tanta gente que viene y se va, de tener un marido alcohólico o haber quedado viuda desde muy joven, esa clase de sin sabor que da la vida. Nos pidió que tuviéramos cuidado si salíamos a pasear por la ciudad, sobretodo en la noche, pues hace tiempo se habían perdido unos turistas por un par de horas. Ellos no conocían la neblina, sobretodo del tipo de San Luisito que cuando comienzas a darte cuenta de que está llegando ya es demasiado tarde y en sólo 5 ó 10 minutos ya no puedes ver más allá que uno o dos metros adelante. Cuando ellos decidieron pasear la señora Rosa les pidió que tuvieran cuidado y por no seguir su indicación se habían extraviado hasta pasada la medianoche, cuando regresaron al hotel sedientos y hambrientos. Le dimos las gracias a la señora y procuramos tomar en cuenta su advertencia.
Tuvimos que subir los dos pisos a pie para llegar a nuestras habitaciones, en esos hoteles antiguos como dije antes, las comodidades son limitadas y un elevador es algo inconcebible, no por que no existieran, sino por que no funcionaban. Pudimos ver uno en el camino, de ese estilo antiguo, con puertas de rejilla, pero claro, si ni siquiera la fachada del hotel pudieron preservar, mucho menos iban a poder costear el mantenimiento de un elevador en uso. Las escaleras crujieron todo el camino a nuestro paso, Alberto iba por delante y podía ver como iba dejando sus huellas en cada escalón debido al polvo que se acumulaba a nuestros pies. Supongo que el hotel Amanecer no tenía muchas visitas o tal vez la señora Rosa no podía costear a alguien que le ayudara con el aseo. Alberto siguió rumbo a su cuarto, no sin preguntarme que si estaba bien, preguntarme que tanto me había cansado de manejar en el viaje y hacer un comentario jocoso de lo viejo del lugar. Yo lo tranquilice diciendo que me sentía mejor que nunca, tal vez el hotel no era lo que esperábamos, pero ya estábamos en San Luisito y el lugar seguramente me ayudaría a olvidar. Me sonrío y se despidió cortésmente para ir a dormir mientras entraba a su habitación. La suya era la 204, la mía la 203 y en la 202 seguramente ya dormían Noel y Ángela.
Cuando entre en la habitación pude ver a Laura sobre la cama, estaba sentada esperándome leyendo un libro, tiene la buena o mala costumbre (según se mire) de esperarme para dormir, dice que no puede conciliar el sueño sino me tiene a su lado. Le sonreí y la besé, quiso que me recostara a su lado, pero le dije que primero quería tomar una pequeña ducha. Aquí te esperaré, me dijo, y si necesitas algo, sólo llámame, ¿ésta bien, amor?, agregó. El baño tenía el agua caliente, sólo tuve que esperar unos cuantos minutos en los que la tubería decidió escupir un poco de tierra y polvo, una especie de mezcla negruzca que bien pudo haber estado ahí un par de años. Después de eso el agua era cristalina, caliente y agradable, por lo que decidí llenar la tina. Mientras estaba lista me acerqué al lavabo para rasurarme, pero el cristal estaba completamente empañado, no por el vapor, sino por esa especia de mugre que tenía el hotel Amanecer, era como si hubieran pintado el cristal, una especie de cuadro impresionista contemporáneo donde grandes plastas de pintura tiradas al azar abarrotaran el lienzo. Con un poco de papel y agua comencé a limpiar el espejo, pero no pude arrancar más que un poco de esa capa café, lo suficiente para encontrarme con una cara como la mía, pero deformada, era yo mismo, pero no como llegué a San Luisito, en realidad era más pálido, tanto como esa tarde cuando decidí tomar la pistola y terminar todo en el baño de la casa. No pude soportarlo, la imagen era demasiado intensa y golpeé fuertemente el cristal, que se hizo añicos cayendo sobre el lavabo.
Laura me preguntó si todo estaba bien, con una voz demasiado alterada. Salí del baño para mostrarle que no había pasado nada, un pequeño tropiezo, sólo eso, ella pareció calmarse y se acercó a darme un beso, creo que para tranquilizarse más ella que a mí. Le oculté la sangre que salía de mi muñeca, no quería que se preocupara. Volví a meterme al baño y la tina estaba lista. Tal vez el baño no sería tan corto como yo esperaba. El agua estaba deliciosa, tanto que cuando me recosté y dejé mi cuerpo a remojar me quedé dormido. Dentro del sueño podía ver todo como una película muda. Estábamos los cinco en la camioneta, todavía en el viaje rumbo a San Luisito, ellos se encontraban dormidos y yo venía deseando llegar para poder fumar un cigarrillo. Pensaba (dentro del sueño) que podía abrir la ventana, fumar un par de caladas y luego apagar el cigarro, para no molestarlos demasiado a ellos y calmar mis ansías. Miraba en la guantera, tratando de sacar la cajetilla, mientras accionaba el encendedor del auto, cuando volvía a mirar al frente, notaba un carro abandonado justo a unos metros delante de nosotros. No tenía tiempo de frenar y traté de girar, lo que hacía que se volcara la camioneta y ésta rodaba un par de veces. Pude ver mi cara gritando, en ese momento desperté sudando en exceso, en medio de la bañera del cuarto 203. Por suerte no grité y al salir del cuarto, Laura ya estaba dormitando. Me  recosté a su lado, tratando de conciliar el sueño, esperando que esta vez fuera uno tranquilo.
Por la mañana cuando desperté Laura no estaba en el cuarto, me levanté a buscarla en el baño y no la encontré, así que aproveché para orinar tranquilamente. De regreso en la cama acerqué el cenicero y encendí un cigarrillo, total si Laura fuera a enojarse por el olor a cigarro siempre podía culpar a mis nervios y a las propiedades anti psicóticas del tabaco. El humo flotaba lentamente por el cuarto permitiendo ver formas  y figuras extrañas, a ratos parecía unos rostros, a veces signos extraños, justo antes de apagar el cigarrillo me pareció ver mi cara que gritaba en el humo y recordé el sueño que había tenido, creo que por eso me apresuré a vestirme y bajar al desayuno.
Cuando llegué al comedor ya estaban todos ahí, el almuerzo era una especie de buffet típico de la región con chilaquiles, huevos, frijoles, sopes, gorditas y demás por el estilo. Ángela y Leonel se veían muy alegres, probablemente habían pasado una buena velada –cosa que Alberto me confirmó al oído– Laura me besó a manera de saludo y me preguntó por el olor a cigarro. Decidí no mentir y ella estaba de tan buen humor que me acompañó a sentarme y me sirvió un plato de comida. En ese momento me di cuenta que no había nadie más, no sólo huéspedes, no estaba la señora Rosa ni algún empleado del hotel. Me pregunté silenciosamente quién habría hecho el desayuno.
De cualquier manera estaba delicioso, Laura se portaba muy cariñosa conmigo, a la vez Alberto comenzó a acaparar la atención por medio de chistes y bromas, me gustaba el hecho de que era una persona que podía encajar en cualquier grupo y ya comenzaba a hacer migas con Laura, así como con Ángela y Leonel. Me encantan los desayunos como ese: sin preocupaciones, con una comida deliciosa y tan amena compañía.
Cuando terminamos de comer decidimos salir a pasear por la ciudad, pero primero iríamos a nuestros cuartos a reposar la comida. Ángela y Leonel se fueron a su cuarto, mientras Laura y yo fuimos al nuestro. Alberto decidió salir a caminar un poco por su cuenta, quedando de reunirse con nosotros media hora después.
En la habitación sucedió la discusión y aun hoy no recuerdo como fue que pasamos de estar felices a esas sensaciones tan amargas de lastimarnos el uno al otro. Tal vez fue por el cuarto apestando a cigarro o fue el reclamarle a Laura tener que hacer ese viaje por la culpa que sentía ella, debido a mi condición. Lo cierto es que apenas llevábamos un par de minutos en el cuarto cuando comenzamos a discutir. Yo le reclamaba el tener que hacer el viaje, el que fuéramos precisamente con esas personas, mi falta de interés por San Luisito, el que yo sabía que yo estaba bien, que no necesitaba todo eso. Ella por su parte me reclamaba por mi egoísmo, por no querer atender mi depresión, por que no reconocía todo lo que ella hacía por mí, por no tomarla en serio, el no querer formar una familia, el no poder darle un hijo.
Con Laura todo se reducía a no poderle dar un hijo, no es que yo fuera estéril, sino que siempre le di prioridad a mi profesión, a mis logros y a mí mismo. Yo si quería un hijo pero nunca vi el momento adecuado para tenerlo. Ella no, desde nuestro noviazgo ella ya le estaba poniendo el nombre, practicaba como cambiar pañales… era una enciclopedia ambulante con información sobre todo lo que debe saberse de bebés, de la paternidad, de la niñez, la adolescencia. Sólo le faltaba la parte práctica y entre más tiempo pasó más difícil fue conseguir un embarazo.
Ella ya era grande y su cuerpo no era tan fuerte como para tener un embarazo satisfactorio. Eso lo supimos dos abortos después. Por esa razón, siempre salía a la luz el tema, en cada discusión, en cada reclamo, ella me amaba pero a la vez, me odiaba como si yo hubiera sido el asesino de sus sueños, el asesino de nuestros hijos. Con Laura todo se reducía a no poderle dar un hijo. Con Laura siempre era lo mismo.
Estaba muy molesto por la pelea, por lo que salí con la intención de ir a la entrada del hotel a fumar a mi gusto, cuando en el pasillo pude escuchar como Leonel gritaba en su cuarto, probablemente fuera una de sus peleas habituales por la forma en que la palabra puta salía a relucir. Bajé lo más rápido que pude, no quería tener que calmar la rabia de Leonel. Además no estaba de humor para otra persona enojada además de mí mismo.
Llevaba cerca de quince minutos fumando, ya más calmado, cuando llegó Alberto de su paseo. Al parecer no hubo mucho que ver en la ciudad. Pero estaba listo a que fuéramos los cinco, tal vez así el paseo fuera más interesante. Lo cierto, es que parecía que tenía algo que contarme. Esa era una cualidad de Alberto, su transparencia, con sólo verlo podías saber lo que estaba pensando, cuando estaba enojado o feliz y sobretodo cual era la chica que le gustaba en ese momento. Pero en esa ocasión parecía más bien como quien tiene la respuesta a la pregunta y tiene que sacarla a la luz lo más pronto posible.
— Sabes, he estado pensado que San Luisito no es tan normal, tiene un aire peculiar. Es… no sé como decirlo, como si tuviera una atmósfera diferente. Al principio pensé que era el clima combinado con la arquitectura de este lugar. Que la neblina y los edificios eran los que creaban ese ambiente intranquilo. Pero sabes, ahora, mientras paseaba me di cuenta de que en realidad lo que hace que este lugar sea tan perturbador es su gente. Ahora lo entiendo, son las personas. Cuando uno camina por aquí puede ver sus rostros y es como si no los vieras. En primer lugar, casi no hay gente en las calles, la ciudad es solitaria, aún así, me quedé sentado en una fuente cercana y mientras estaba ahí, absorto en mis pensamientos pasaron por lo menos una docena de personas. Sabes que me gusta fijarme en los rostros de la gente que va pasando, sobretodo de las chicas. Pues mira, eso es lo extraño, puedo decirte que pude ver de cerca a un par de jóvenes con las que bien pude tener una aventura. Pero sabes ¿qué? No logró recordar sus rostros. Es como si sus caras se hubieran desaparecido de mi memoria. Pero no sólo ellas, también el resto de las personas que pude ver. Recuerdo haber saludado a un par, incluso creo haber preguntado direcciones para llegar a la fuente, pero no consigo recordar a ninguna de las personas con las que hablé o me topé en el camino. Es como si hubieran sido sombras. Sólo unas sombras.
La idea me pareció graciosa, la gente sombra. Como sacada de un cuento de fantasía. Alicia en el país de las sombras. Se lo comenté a Alberto, pero a él no le pareció en lo más mínimo que me burlara de sus impresiones. En verdad parecía alterado y yo no pude mostrarme más empático. Por suerte Laura llegó a reunirse con nosotros casi al momento. Se mostraba un poco molesta pero lo suficientemente tranquila como para saludar a Alberto de buena manera y preguntarse por que Ángela y Leonel todavía no habían bajado. No te preocupes, ahora voy por ellos, respondí y entré al hotel a buscarlos.
Toqué un par de veces al cuarto antes de que abriera Ángela cubriendo su cuerpo tan sólo con una toalla. Pensé que era Leonel, me dijo, entrecerrando la puerta. Siempre me sentí mal por conocerla y que fuera amiga de mi esposa. No era que tuviera un cuerpo de supermodelo pero desde lejos podía sentir su vibra sexual llamándome y se le ocurre salir con una toalla. Está bien, le dije, los esperamos abajo. Ella cerró la puerta sin más. Pinche puta.
Cuando bajaba me encontré a Leonel en la escalera. Le dije lo mismo que a Ángela, los esperamos abajo. Pero pude ver que seguía un poco enojado, por eso pregunté si estaba todo bien. Ya sabes, lo de siempre, que está chica sólo me hace encelar creyendo que así tendrá más mi atención, de verás la quiero, pero cada vez que hace cosas así, me hace perder los estribos. Pero no te apures, ahorita la contento, sabes que en quince minutos se arreglan estas cosas. Me prometió que no tardarían en bajar. Tardaron media hora más. Cosas de parejas, sexo de reconciliación y esas cosas.
Mientras esperábamos, la señora Rosa venía llegando al hotel. Se disculpo por haber tenido que dejarnos el desayuno y salir, pero tuvo asuntos que atender. Nos preguntó si teníamos planeado salir a caminar. Al contestarle que ese era precisamente lo que íbamos a hacer, nos recomendó nuevamente que tuviéramos cuidado con la neblina, por lo traicionera que era. El tiempo que tardaba uno entre que se daba cuenta de que la niebla estaba apareciendo y en que está se hiciera tan espesa que no pudiera ver a más de un metro era de apenas minutos. En caso de ser así, debíamos tomarnos de las manos y guiarnos por la brújula (que ella depositó con una sonrisa en mi mano), el hotel quedaba al sur de la ciudad y no sería tan difícil dar con él. También nos pidió que no intentáramos salir de la ciudad caminando, por que entonces sí, los problemas de neblina podrían llegar a ser mortales, sobretodo en esa época. Aún así nos recomendó que lo disfrutáramos mucho, que San Luisito era pequeño pero tenía ese sabor peculiar para atraer a turistas como nosotros. Se despidió alegando tener que ir a hacer cosas al hotel. Sólo entonces, cuando ella entró por la puerta me di cuenta de que las afirmaciones de
Alberto eran ciertas. Eran personas sombra. A pesar de haberla visto hace tan sólo un momento no podía recordar el rostro de la señora Rosa. Extraño, cierto, probablemente fue sólo la sugestión por haber tenido esa idea en mi cabeza.

Recorrido por la ciudad (3 de 5)

 


Cuando por fin salimos a pasear ya era un poco tarde. Pasaba del mediodía pero las chicas se habían prevenido trayendo una canasta de comida para no tener que regresar al hotel. Era poco probable que encontráramos un buen restaurante y era mejor pasar un rato al aire libre. Tal vez en el jardín de la ciudad y así evitar el fastidio de pasar tanto tiempo encerrados.

Recorrimos casi toda la ciudad, de arriba a abajo, pasamos por la calle principal, así como por callejones que venían en todas formas y tamaños, desde unos grandes que bien podían ser una calle (claro, con muchos escalones) y unos tan pequeños y cerrados que apenas podía pasar una persona a la vez. La ciudad estaba hecha según los cerros, por lo mismo muchas veces tomábamos un callejón que terminaba en una dirección muy diferente a la que planeamos tomar o topábamos con que no había salida y teníamos que regresar. Además de caminar por sus calles nos encontramos un par de museos, uno del héroe de la ciudad, un cantante que había sido medianamente famoso y en el cual solamente había cosas personales, tan personales que no sé como podían interesarle a alguien ajeno a la ciudad. En el otro había exposiciones de arte, nada del otro mundo. Una exposición de miniaturas, otra de arte típico regional, una de más de “alta cultura” y por último una exposición de arte abstracto y eso sí, un precio demasiado exagerado para lo que el museo ofrecía. Lo cierto era que el encanto de San Luisito se encontraba en la ciudad misma, en el misterio, en lo perturbador, como había dicho Alberto. Era pueblo chico y enigmático, de esos que tienes que recorrer sus calles, sus callejones, internarte hasta sus entrañas para entender lo que se siente estar ahí y no querer regresar jamás.
Nos sentamos a comer en un pequeño jardín que encontramos en la cima de uno de los callejones y cuando habíamos terminado quisimos volver al hotel, a bañarnos y descansar, sólo entonces nos dimos cuenta de la verdadera trampa de la ciudad. No sólo estaba desierta, no sólo parecía que la gente nos rehuía, también era un laberinto dentro de sus callejones y recovecos, por eso mientras el sol bajaba nos preguntamos como haríamos para volver al hotel.
Llevábamos caminando cerca de veinte minutos en círculos cuando recordé la brújula que me había dado la señora Rosa. La saqué de mi bolsillo y al mirarla todos pudimos ver como se encontraba dando brincos como loca. Al parecer el Norte se encontraba al frente, izquierda y derecha de nosotros. Curiosamente nunca dio vuelta completa hacia la izquierda. Siempre tuve entendido que cuando las brújulas no sirven por algún campo electro magnético dan vueltas como locas, pero puedo jurar que esta nunca dio vuelta hacia el oeste. La brújula no nos iba a sacar del aprieto y los celulares tampoco. Desde que llegamos a la ciudad supimos que no había señal. Caminamos otros diez minutos hasta que alguien se hartó y empezamos a tocar en varias casas para pedir direcciones. En todas, la respuesta siempre era la misma. Nuestros golpes en la puerta resonaban una y otra vez y nos regresaban el eco de los mismos. No había ni un alma a quien preguntar que demonios hacer. Justo cuando estaba anocheciendo la niebla comenzó a subir.
Como había dicho la señora Rosa la neblina apareció de forma tan rápida y disimulada que no pudimos tomar las previsiones necesarias. Todos nos encontrábamos separados a través del callejón, tocando a distintas casas buscando ayuda cuando por casualidad miré el suelo y pude distinguir un poco de neblina. Volví la vista alrededor y a simple vista no podía ver a ninguno de los otros. Regrese siguiendo mis pasos y comencé a llamarlos, la niebla ya estaba llegando arriba de mi cintura cuando escuché que gritaban mi nombre, corrí en esa dirección pensando que tal vez sería demasiado tarde cuando tropecé en un escalón y rodé varios metros abajo por un callejón hasta terminar golpeándome la cabeza con el suelo perdiendo la consciencia instantáneamente.
Cuando abrí los ojos el callejón estaba demasiado oscuro, sólo podía distinguir unas luces a lo lejos además del dolor en todo el cuerpo. Me encontraba desorientado y conforme mi visión iba definiéndose mi mente lo hacía también. Al instante recordé lo que había pasado, pero ¿qué pudo haber pasado? Es cierto que me desmayé por lo menos una hora, tal vez más, era difícil definirlo entre la oscuridad natural y la que se producía con la neblina. Pero ¿Dónde estaban los demás? Después de eso debieron haberme buscado, escuchado como caía y correr a encontrarme, pero ahí estaba yo, solo en ese callejón sin tener más idea que saber que había caído, por eso decidí subir siguiendo el callejón, tal vez encontrara a alguien.
Hay varias experiencias que uno nunca puede olvidar en la vida por la forma en que te hacen sentir, diferente a cualquier cosa que te haya sucedido antes, por ejemplo: cuando te revuelca una ola y pierdes todo sentido de la orientación, entrar a una de esas casas de ilusiones ópticas donde las cosas parece que suben cuando en realidad caen o tal vez, perderte en medio de la niebla en San Luisito. Estuve repasando en mi cabeza, todavía confundido. Había bajado, tomado a la derecha y luego había tropezado, no pude haber caído más allá de un callejón, debían estar cerca.
Pero aún así, lo único que contestaba mis gritos era el silencio. Por su parte, el pueblo seguía igual de abandonado y callado que antes, pero creo que el concentrarme en encontrar al resto fue lo que me permitió seguir algo tranquilo. La tarea era difícil, estaba completamente perdido, no se escuchaba ningún alma por las calles y las farolas eran pocas, algunas estaban fundidas por lo que a duras penas caminaba entre sombras y nubes de neblina. Era como atravesar el bosque en medio de la noche, cuando las ramas y hojas no te permiten ver nada hasta que llegas a un claro.
Poco a poco me fui desesperando, ni siquiera puedo decir que anduve en círculos, era imposible reconocer los lugares que ya había pisado (si es que en verdad ya los había pisado), era más una sensación de que San Luisito fuera infinito, subía y bajaba y volvía a subir, pero no sólo no llegaba a ningún lugar conocido, puedo decir que estuve cerca de una hora sin encontrar a ningún ser viviente. Me parece completamente imposible que estuve caminando cerca de veinte minutos de la forma más recta que pude, tratando de salir a las orillas de la ciudad y a partir de ahí guiarme, sin éxito. Era como si nunca hubiera salido del mismo callejón. Estaba desesperado, quería rendirme pero ¿qué hacer? No podía sólo dejar de caminar y esperar un milagro, tenía la sensación de que dormir en esas calles no era seguro. La gente sombra, me inquietaba. Sombra, ahora lo recuerdo, eso fue lo que me impulsó a correr de nuevo, cuando estaba en plena desesperación recordé los cigarrillos en mi bolsillo. Cogí uno, lo encendí y no llevaba más de tres caladas cuando pude ver una sombra entre la neblina, alguien que pasaba por el callejón cercano. Arrojé el cigarro en el acto, corriendo detrás de ella.

Todo está perdido (4 de 5)

 



No pude alcanzarla sino hasta el siguiente “claro” en medio de una plaza. Ella se detuvo frente a la fuente debajo de un poste con farol, un cigarro en sus labios y me miró directamente a los ojos, una mirada que sentí que me atravesó, Entonces, tú quieres que te la chupe ¿no? Me dijo, pero no podía ser ella, esa no podía ser Ángela. Pero ahí estaba, se acercó a mí, se arrodilló frente a mí, pude sentir su aliento frente a mi entrepierna. Laura no está, puedes hacerme lo que quieras. Puedo aparentar que fui un santo, que nada pasó. Pero siendo honestos, lo primero que hice fue lanzarme a besarla, ahí, en medio de todo y de nada. Me recosté sobre ella en el suelo helado y ella me abrazó con sus piernas, me excitaba con sus frases soeces, me besaba detrás de mi oreja y mi cuello, era como si supiera cómo me gustaba hacerlo, era como si la química entre ella y yo fuera perfecta.
Después de que ella tuviera (fingiera, tal vez) dos orgasmos, me corrí dentro de ella, estaba reposando cuando pude escuchar los pasos de alguien que corría hacia nosotros, apenas pude girar mi cara para mirar a Noel cuando éste me pateó en las costillas haciéndome rodar por encima de Ángela. Estaba seguro de que por lo menos me daría una paliza antes de dejarme levantar, sobretodo por que yo todavía tenía los pantalones abajo, pero en lugar de eso se quedó frente a Ángela, como esperando una explicación. Yo sólo me tendí en el suelo, alejándome lentamente esperando que me atacara, pero en lugar de eso comenzaron a discutir.
—Puta tenías que ser, no podías aguantarte las pinches ganas.
—Claro, como tú no me tienes bien atendida, siempre con tus celos y nunca tienes cabeza para mis necesidades.
—¿Tus necesidades? Coger y coger, eso es en lo único que piensas.
—Claro que no, te quiero Noel y tú nunca te das cuenta de ello.
—Y me quieres tanto, que vienes y te coges a este pendejo— En ese momento se acordó de mí, volteo a mirarme, pero siguió discutiendo con ella— No tienes madre.
—Claro que sí la tengo, pero tú no entiendes. Yo te quiero a ti, sólo quiero que te des cuenta de eso.
—Si en verdad me quieres, demuéstralo.
—Está bien, quiero tenerte dentro, amor, quiero ser tuya solamente, que me tomes como nadie más me ha tomado, quiero, te quiero a ti.
Me cuesta trabajo contar lo que sucedió después. Cada vez que lo revivo en mi mente, muero un poco, tal vez sólo mis neuronas mueran un poco y me quede tan loco que ya no tenga que recordar. Pero eso todavía no pasa, sino fuera por las cosas que sucedieron después. Pero bueno, la cosa fue así, ellos estaban discutiendo, yo me aleje lo suficiente para correr y escapar en medio de la neblina en caso de ser necesario, pero de cierta forma no lo fue. Ángela estaba diciendo estás últimas palabras cuando sacó de sus ropas un cuchillo largo, el cual nunca he entendido como escondió de mí o por qué lo cargaba; lo alzó en el aire, lo bajó rápidamente y cuando ya me hacía a la idea de ver a Noel sangrando a borbotones, ella giró su muñeca y se lo encajo a sí misma en el vientre, luego de eso comenzó a subirlo, lentamente pero firme, fue abriéndose poco a poco ante mi mirada estupefacta y la sonrisa de Noel, por que debo decirlo, Noel estaba sonriendo al por mayor, era como si hubiera estado esperando eso. Después de abrirse desde el vientre hasta sus pechos, Ángela repitió que era suya, que no podía estar con nadie más, que lo quería dentro, Noel sacó su miembro, lo depósito en medio de la nueva abertura, entremezclándose con todo lo que salía. Ángela no aguantaba más, mientras el se sacudía frenéticamente, llenándose de sangre, de vísceras, del amor de su mujer. Cuando Ángela estaba a punto de desfallecer, puso el cuchillo en la mano de Noel y al no poder hablar, gesticuló un “te amo” mirándolo a los ojos. Este se mató al lado de su mujer. Probablemente fue peor que lo que esta hizo, yo sólo pude escuchar como el cuchillo volvía a cortar a mis espaldas, mientras corría en dirección contraria lo más rápido que podía.
 Después de eso, todo se vuelve confuso, recuerdo haber volteado un par de veces sobre mi hombro, que corrí como loco hasta que me ardía la garganta y los pulmones, tropecé un par de veces sólo para levantarme y seguir corriendo, incluso recuerdo haber visto un par de veces a esas personas sombra, al menos creo que debí haberlos visto. Sólo recuerdo que cuando recobré un poco la conciencia me tope con una silueta extraña. Tenía mucho miedo, no sólo de que a la neblina le gustaba jugarme bromas con sus espejismos, sino de que hubiera algo más allá de ella, algo que en verdad me hiciera temblar hasta los huesos. Entonces apareció ella.
Era Laura, aunque no lo parecía, estaba en medio de un rebozo hincada y con el cuerpo haciendo una joroba. La llamé por su nombre, pero ella ni siquiera se inmutó, parecía estar ocupada como si tuviera algo en sus brazos. Era difícil distinguir pues al estar agachada la neblina me dificultaba aún más la visión. Me acerqué con recelo, estaba todavía seguro de que todo lo que había pasado con Ángela y Noel no podía ser real. Ella y yo nunca nos acostamos, ella no se suicidó por que él quiso, él nunca se volvió un maniático agresivo y se destrozo el cogote. Pero tenía que sacarlo, decírselo a alguien y ahí estaba Laura que no quería escucharme. Me acerque, llamándola por su nombre, recuerdo que le dije algo como “Laura, tengo que decirte algo” o “Laura, Ángela y Noel…” lo cierto es que ella no volteo sino hasta que tuve mis piernas justo enfrente de su rostro. Ella se limito a levantar el rostro, dejando al descubierto el bulto que llevaba en sus manos. Era una especie de feto, como si alguien hubiera abierto un frasco de formol de la escuela de medicina y lo hubiera depositado en los brazos de la que fuera mi esposa. Es nuestro hijo, me dijo, ¿No te parece hermoso?, me preguntaba mientras yo estaba en shock. Cuando quiso acercármelo y me pidió que lo besara no pude más, corrí de nuevo, ni siquiera recuerdo en que dirección, en realidad no recuerdo nada de lo que pasó después hasta que llegue al Hotel. Bueno, salvo lo de Alberto.
La cosa fue que de repente estaba en el suelo. Alberto estaba sobre mí. Creo que me golpeaba la cara. No estoy muy seguro de que fue lo que pasó. Creo que yo iba corriendo como loco por todo San Luisito cuando Alberto me sorprendió en una esquina, me derribo por sorpresa al golpearme con su brazo apoyando todo el peso de su cuerpo y luego de eso lo tenía encima. Recuerdo que estaba sobre mí y me decía que era un egoísta, que siempre lo había usado y que sólo pensaba en él como un pobre diablo solitario que no podía poner en orden su vida. Dijo que me burlaba por que él nunca había podido tener una esposa. Que yo sólo lo veía como el amigo rico que te apoya cuando necesitas y cuando no, lo mandas a la mierda. Que por mi culpa, por mi crisis y esas pendejadas él ahora estaba ahí cuando podía haber hecho mierda y media en cualquier otro lugar. Todo esto me lo dijo mientras me golpeaba una y otra vez la cara. Después no supe que fue lo que pasó. Ni siquiera puedo decirte que fue verdad o que no, lo único cierto es que recuerdo como Alberto estaba en el suelo desangrándose por una herida causada por un cuchillo, el cual seguía encajado en su pecho y que yo me levanté para perderme otra vez en la niebla.
Llegué al hotel. Como dije en esos momentos mi sanidad mental simplemente había dejado de existir por completo. Yo estaba perdido, completamente perdido y la única idea que tenía en la cabeza era el salir de ahí, de San Luisito, de la niebla, de las muertes, de mis amigos. Sólo tenía que llegar al hotel para correr a la habitación 203 coger la llave de la camioneta y conducir como si no hubiera un mañana. La cuestión fue que el hotel estaba abierto, que no había nadie en la recepción pero las luces estaban encendidas, que subí al cuarto y busqué la llave que milagrosamente seguía entre mis ropas, las cuales estaban sucias, rotas y llenas de sangre; que abrí la puerta y que me encontré nuevamente a Laura, otra vez con el “bebé”.
Entré al cuarto lentamente, temiendo hacer ruido, sólo quería tomar las llaves e irme, sin explicaciones sin despedidas, ella no era Laura, lo sabía, no podía ser ella y claro que ese… esa cosa no sería nuestro hijo. Ella estaba junto a la cama, arrodillada como la había visto antes, pero dándome la espalda, hacía una especie de ruido, como cuando alguien truena los dientes mientras duerme, creí que lo mejor era irme, olvidar el tiempo que habíamos pasado juntos y dejarla a ella junto con todo eso. No podría llevarla conmigo, estaba seguro. Para mi mala suerte, cuando cogí las llaves ella volteó, tenía la boca negra, escurría sangre por sus comisuras pero era tan viscosa que bien podía haber sido petróleo puro, sólo entonces lo noté, estaba mordiendo al pequeño feto por el cuello y al parecer ya se había comido parte del hombro. Di media vuelta y con las fuerzas que aún me quedaban corrí por el pasillo, pude escuchar claramente cuando ella decía “lo sé hijo mío, tu padre no te quiso, pero no te preocupes yo voy a cuidarte, tu mami nunca te dejará, no tu mami nunca nunca te dejara” y después como crujía un hueso de manera estruendosa.
Estaba justo en frente del hotel con toda la intención de tomar la camioneta y manejar como no hubiera un mañana cuando la amable población de la ciudad decidió darme la bienvenida local. Ahí estaba lo que debía ser todo el pueblo, al parecer me habían estado esperando. Probablemente ellos lo sabían, probablemente todo fue una broma cruel. No pude distinguirlos, como bien lo había dicho Alberto, eran gente sombra, todos iguales. Ni siquiera podía mirarlos directamente, era como si mi cordura fuera cuestionada al pensar que estaba mirando de frente a una persona y ni siquiera podía reconocerla. De cualquier manera, después de lo que había visto, de lo horrible que era San Luisito, lo último que esperaría sería ver que pensaban hacer conmigo. Fue la última vez que vi la camioneta que estaba detrás de ellos, corrí en dirección contraria, a perderme otra vez en las calles y callejones de San Luisito. Esta vez con compañía.
No logro comprender que carajos eran esas personas. Sé que no eran humanas, pero la gente sombra ni siquiera se parecía a los fantasmas de antaño, a esas leyendas que hemos escuchado toda la vida. Ellos más bien eran parte de la ciudad, San Luisito que quería saludar, que movía los dedos de sus manos en torno a mí, como un niño jugando con su presa. Eso eran los habitantes sombras, sólo una parte de esa horrible ciudad. No sé por que me escogió a mí, no quiero saber por que a mí no me destrabó la mente o tal vez su forma de hacerlo fue más sanguinaria. Estoy seguro y eso lo sé que eso, lo que fuera que estuviera ahí, en San Luisito fue lo que tomó a Laura, a Alberto, a Ángela y a Noel y los convirtió en eso. Como si se los hubiera comido por dentro, como si todo hubiera ocurrido mientras yo me encontraba inconsciente.
San Luisito se divertía conmigo, me hacía correr por sus callejones, sabiendo que no tendría escapatoria, que sólo era cuestión de tiempo para que sus habitantes me alcanzaran y después… No quería pensarlo, no podía pensar, mi mente ya no trabajaba, era sólo un autómata que corría sin poder detenerse, el dolor y la preocupación habían desaparecido, sabía que moriría, a cada vuelta que daba veía a gente sombra que iba a por mí, en cada callejón, saliendo de las ventanas, de las puertas, de la neblina, en cualquier punto encontraba más y más habitantes que me iban cortando los caminos. Era como una gran cacería a un pequeño ratón y yo estaba más que perdido. En esos momentos deseé haber terminado de una forma rápida, sólo morir y olvidar todo, pero como dije, cada partícula de mi cuerpo sólo pensaba en correr, no hubo nada más, hasta que me encontré completamente atrapado. Finalmente me habían cortado todo camino y la gente sombra se acercaba a mí. Era claro que sus intenciones no eran buenas. Estuve a punto de rendirme, de dejarme caer y esperar que mordieran mi cuello o me despedazaran y comieran vivo o se llevaran mi alma y me convirtieran en uno de ellos. Estaba perdido, cuando sentí algo en mi interior, una voz que me decía “vamos, tú puedes, no te rindas, casi lo logras” Sólo entonces pude moverme, correr hacia la puerta que todo este tiempo estuvo detrás de mí, Hospital Revelación decía el letrero sobre de ella, una discreta entrada sencilla como una casa común y cualquiera, una clínica tan vieja como el pueblo. La puerta estaba abierta y mientras me abalanzaba dentro y trataba de cerrarla pude sentir las manos que querían entrar. Sacando fuerzas de flaqueza la cerré, puse el seguro e inmediatamente después corrí a coger lo más pesado que encontré para atrancar la puerta. Ni siquiera recuerdo si fue un sillón o un librero, pero me quedé ahí, mirando absortó mi pequeña barrera que sería inútil: habría otra puerta, derribarían esta, entrarían por el techo o simplemente saldrían de las sombras que estaban atrás de mí. Iba a morir y no podría evitarlo. Me recosté junto a la puerta, esperando mi final. Cerré los ojos y deseé que todo acabara.

Epílogo (5 de 5)



Desperté hace un par de horas en la cama del hospital. Los doctores me han dicho que todo fue muy complicado, estuve en terapia intensiva por más de cinco horas en los que lucharon hasta más no poder por salvar mi vida. Tenía varias costillas rotas, un derrame cerebral, perdí dos dientes, el volante estaba incrustado en mi cuerpo… De cualquier manera, fui el único que sobrevivió, tardé tres días en tener consciencia, cuando me dijeron esto. Que había chocado, que había sido muy grave y las personas que viajaban conmigo, es decir, Laura, Ángela, Noel y Alberto habían muerto de forma instantánea, que era un milagro que yo estuviera vivo, que era muy afortunado. Pensé que eso era todo, que me desearían que mejorara a la brevedad y siguiera con mi vida, pero entonces el doctor bajó la mirada y me dijo que en verdad lo sentía, que no tenía idea de cómo darme la noticia. No tenía idea de que estaba hablando ¿qué sería más grave que la muerte de mi esposa y mis amigos? Entonces el sólo vaciló en decir: En verdad lo siento, no pudimos salvarla, a su esposa… ella… ella estaba embarazada.

lunes, 19 de abril de 2010

Azotea



Mano derecha, corta vena en muñeca izquierda. Mano izquierda, corta vena en muñeca derecha. Antes antidepresivos, calmantes. Antes alcohol. Antes las despedidas, hacerse a la idea. Ahora la azotea. Ahora la vida pasa como sin nada, las personas en las calles siguen en movimiento, la miran como a una extraña, más como si ya perteneciera al mundo al que está accediendo y no como si todavía fuera parte del de ellos. Un muchacho camina cerca, siente las gotas que golpean su cara. Es una broma de muy mal gusto, le dice, ya estás grandecita para arrojar agua desde tu azotea. Pero ella no lo mira, se pierde en la sonrisa de la ciudad. Se pierde en el sol que comienza a comerse el horizonte o es al revés, acaso el sol es el que ha perdido.


La ciudad se despide, la mira sabiendo que ella no durará más. No pudo soportarlo, pero seguirá aquí. Su cuerpo sólo cambiara de residencia. Es una lástima se dice la urbe, que la vio crecer todos estos años. Tantas cosas por hacer, toda una vida por delante. Pero así es ella, si tan sólo no hubiese querido estudiar fuera, sino se hubiese alejado. A la ciudad le gusta jugar a  matar gente.

Sangre de Cristo




—Suave, suave, deja que me vaya acostumbrando por que el tuyo es muy grueso— Él creyó que a ella le gustaba mentir, nunca nadie se le había ocurrido decirle un “cumplido” como ese, aún así siguió con la acción.

—Entonces ¿te gusta así? o quieres que te toque un poco más, te siento un poco seca.


—No te preocupes, solo bésame un poco el cuello ¿quieres? Así, exactamente, empuja un poco, bien, ay que rico.



Estaban sentados los dos en la fiesta. Casi tocándose, la mano de él rozando el trasero de ella, pero esta ni se inmutaba. Era la parte de las charadas, dos equipos, una persona pasa y trata de actuar con mímica una película, el equipo trata de adivinar, ese juego aburrido de las fiestas. Él estaba absorto, conocía demasiadas mañas y la tenía tan cerca que ver su trasero cada que ella se levantaba, sobretodo acentuado con el efecto de los tacones era toda una exquisitez. No sólo eso, incluso se había atrevido a romper la barrera del tacto, el sillón donde estaban era tan pequeño que la abrazaba discretamente, trasero en mano firme. Podía respirar de ella, sentir el vapor que salía de su piel, inhalarlo: estaba tan excitado.



Se quitó la ropa mientras se recostaba en la cama y lo miraba a los ojos. “Ambos sabemos por que estamos aquí” decía sin hablarlo. Pero el músico se sentía inseguro, quería poseerla, pero no sabía  cómo hacerlo. Ella estiró sus piernas, ahí estaba en todo su esplendor sus pantorrillas bien formadas y esos tacones al final, desde que los vio él sospechó que ella sabría usarlos. Estaba excitado, nervioso y excitado, no había más.



Impertérrita. Esa palabra la define. Sólo está sentada, mirando al vacío. La mujer perfecta, el cabello lo suficientemente largo para el sexo pasional y lo suficientemente corto como para una relación duradera. Culta y fina dama, leída y letrada. Además de la cara de ángel. Impertérrita como un ángel. Cuerpo de tentación, culito sabroso, cinturita. Pero impertérrita. Seguro gime rico, seguro lo chupa. Seguro, lo que es seguro, es que ella ni lo mira mientras la fiesta continua. Es como si hubiera introyectado tanto que no quisiera volver a hablar. Es como si nadie existiera para ella. Es como si nadie existiera desde que está ella.



Pero en la cama es diferente, lo muerde en el cuello, le rasguña la espalda mientras le grita como vil puta “métemelo fuerte, métemelo más fuerte, mátame”.  Ella se retuerce como si durante todo el tiempo estuviera sintiendo un orgasmo, un orgasmo comparado a una novena sinfonía. Él no logra relajarse, es que no se lo esperaba, la deseaba, pero no así. La quería impertérrita. Aún así lo goza, sabe que no volverá a tener a alguien con un cuerpo como ella en su cama. Sabe que todo puede acabar en cualquier momento y por eso le pide que le arañe más fuerte, que queden las marcas, que se queden los testimonios.



—Ahora le toca bailar a Diana— Curioso, que queriendo pasar desapercibido todo se basaba en ella, se sentaba junto a ella, se reía de los chistes que le contaba (y sólo de esos), ahora la había puesto a un paso del ridículo público. Inconsciente, que le llaman —Ándale Diana, te toca bailar, haber, pónganle una bien sexy “You know you want me” o algo así.



Lo que lo tenía más intrigado era la mano en el trasero. El era discreto, pero sabía que ella debió incomodarse. Desde que se sentará a su lado, él no había podido de dejar de acercar su mano, primero casualmente, después de tres cervezas de forma casi “intencionada”. Pero ella no hacía nada. Se limitaba a permanecer quieta, a sonreír y negar con la cabeza cuando alguien le ofrecía un taco u otra cerveza, era vegetariana y, al parecer bebía poco. En ningún momento su semblante cambió, ni siquiera cuando el se envalentonó y él pellizco de forma descaradamente educada. Ella simplemente levantó su mano izquierda, suavemente, como un suspiro, la movió sobre el cuerpo de él, rozando de forma “completamente causal” su pene antes de poner su mano en su espalda, bajarla hacia su trasero y alejar los pantalones de su cuerpo, que el viera lo que le esperaba. Ropa interior de encaje. Mujeres. Mujeres fetichistas. Mujeres fetichistas clásicas.



—Estoy a punto de llegar, en verdad eres bueno, Mario— Le decía mientras él taladraba con los tobillos de ésta en los hombros —Sólo un poco más y no te detengas, sino en verdad voy a odiarte.


—No. No me detengo.


—Eso, eres un buen muchacho —Curioso comentario, teniendo ella 19 y el 25 —Te queda un poco que aprender, pero tienes talento. Eres un natural.


—Gracias, supongo.


—No des las gracias, me lo vas a espantar con esa clase de tonterías.


—  ¿Espantarte? ¿El orgasmo?


—Pues claro, sino, ¿qué?


—No, pues nada.


—Ya viene, ya viene— En el momento justo del orgasmo, ella le muerde el brazo, tan fuerte que alcanza a enterrarle el colmillo, brota una gota de sangre de la herida.



La cama está vacía. Él se encuentra tirado en el suelo, mientras recuerda lo que sucedió en la noche. La acompañó a su casa, ella pidió que la dejara a la entrada del callejón, pero él insistió, pasaba de medianoche, habían bebido y la caballerosidad es primero. Ella insistió en que no se molestara, pero él ya iba en camino. Lo había estado pensando toda la noche. Degustando el pequeño cuello de ella. Se moría de ganas de lamerlo. Sin embargo, subieron en silencio. La respiración de ambos se agitaba por el esfuerzo físico. Ella impertérrita, sudando pero impertérrita. Él con una erección marca diablo. Sólo quería taladrarla hasta el otro lado de la cama. Fue en ese momento cuando vieron a la figura que bajaba.


—Te presentó a mi novio, Joaquín— de regreso por el callejón, en la oscuridad de la noche.

martes, 13 de abril de 2010

Culeros


No quiero regresar más acá. Estuve perdido por más de tres semanas y sólo recibí un “onde andabas?” (Sí, hasta con falta de ortografía). Dicen que me lo he ganado y creo que pierdo más tiempo tratando de desmentirlos que dándoles la razón, así que oficialmente soy ogete y no le importo a nadie. Ni pedo, de cualquier manera los chavos del salón están bien pendejos, las chavas están feas y las bonitas nada más están bien idiotas que no saben ni quien es García Márquez. Pero creo que es lógico, uno entiende la verdad de las cosas. Uno que ve más para allá. Pos que se chinguen los culeros, ora que se encuentren a otro para fungir mi rol, que yo me voy pa la chingada.

viernes, 9 de abril de 2010

Avioncitos de papel


Recostado en el suelo con la mente que se ha ido hasta el otro extremo del mundo. La sangre escurre lentamente, puedo sentirla caliente en las mejillas y  ya fría en mis orejas.  El cielo es hermoso con una textura de nubes dibujando distintas formas, con las tonalidades del atardecer, rojo, naranja, morado y ya empiezan a aparecer unos nubarrones oscuros del otro lado. Que mejor momento para estar así, sin pensar en nada, viendo como los niños arrojan sus avioncitos de papel. Volando como un avión de papel, que se lo lleva el cielo.

De regreso del valle de los muertos

Estaba seco por dentro, no quedaba más que los huesos de ese horrible cuerpo, pero ahí estaba de nuevo frente a la entrada de la ciudad. Se nos estaba agotando la paciencia y la imaginación. Era la decimosexta ocasión en la que habíamos tratado de deshacernos de él, ello, eso. Pero continuaba sucediendo como una maldición y claro que tenía que ser una maldición, no podía ser una casualidad que mientras eso se encontraba en el pueblo le ocurrían tragedias a las cosechas, a los pocos animales que quedaban y ni de que hablar de los niños. Por lo menos habían muerto cinco de ellos cuando habíamos tomado la abrupta decisión de llevarlo a ese lugar.

El valle de los muertos estaba más allá de las fronteras que nuestros ancestros habían marcado y eso estaba bien establecido. El que hayamos decidido llevarlo ahí fue por que todos consideramos que era absolutamente necesario. Llevábamos ya quince intentos enterrando, incinerando, arrojando al mar, realizando velorios, incluso hubo alguien que tuvo la idea de momificar, aun así eso seguía reapareciendo a las puertas de la ciudad con alguna catástrofe de la mano. La primera vez que regresó, se quemaron las cinco hectáreas de alfalfa del viejo ganadero. La séptima murieron cinco animales, los cuales no tenían una gota de sangre en el cuerpo. La mayoría nos mostrábamos renuentes a aceptar que realmente fuera una maldición, que ese cadáver fuera la causa de nuestros males. Eso fue hasta la decimoquinta ocasión, cuando se había optado por dejarlo en una caja de cristal en el bosque. En esa ocasión regresó y se llevó a varios de nuestros niños. Aparecieron dos cerca del pozo, muertos, y por lo menos hubo tres o cuatro más que habían desaparecido.

Nos mandaron sólo a mi mujer y a mí. Yo cargaba el cuerpo y ella me ayudaría a llevar las provisiones necesarias para lograrlo. No hubo grandes despedidas cuando partimos, lo hicimos de madrugada, con sólo el amanecer por delante y los aullidos de los lobos a lo lejos. El viaje fue en realidad horrible, tenía que cargar eso en la espalda. Mi mujer había quedado tan trastornada que apenas hablaba… había perdido todo su brillo. Apenas intercambiábamos las frases suficientes para saber cuando había que parar para comer o dormir, cuando podía haber algún peligro como un barranco o animales salvajes. Eso era todo, no había amor ni amabilidad en sus palabras. Yo no estaba mejor que ella.

Viajamos alrededor de una semana, siempre con la tentación de renunciar a sabiendas de que si no llegaba al valle de los muertos seguramente él… eso, volvería a la ciudad, tal vez hasta antes que nosotros. Creo que fue ese pensamiento lo único que me permitió seguir adelante. Quería salvar a mi pueblo, sin importar la peste y el horror que cargaba a mis espaldas.

Cuando estuve a punto de darme por vencido pude ver la entrada al valle. Quería estar ahí sólo lo necesario, dejarlo e irnos lo más pronto posible. Dicen que en el fondo se encuentran toda clase de cuerpos, de demonios, tanta maldad. Por eso es un valle, solamente así sería posible contener tantos horrores tan cerca de la tierra. Localicé un barranco, me acerqué a la orilla y dejé por un momento el cuerpo en el suelo. Tuve la tentación de rezar, pero el lugar era tan silencioso, tan triste y vacío que no tuve la mayor inspiración para hacerlo. Me disponía a arrojarlo al fondo, cuando mi esposa se abalanzó sobre el cadáver, lo levantó del suelo lo suficiente para poder abrazarlo y llorar con los restos de su cabeza sobre su regazo. Una madre siempre será una madre.