lunes, 30 de junio de 2008

Dame la muerte chiquita

No sé cuanto tiempo más soporte. No sé cuanto tiempo llevo así. Dicen que una persona muere después de no dormir en una semana. Lo malo es cuando alcanzas a dormir unas horas y nada más no te mueres, pero tampoco se puede decir que sigas vivo. Así es como ha seguido esta vida. Esta vida traicionera que no me deja en paz. Pero la vida tiene nombre y ese nombre, como para todos los hombres, es un nombre femenino, con tal poder sus letras, en ese preciso orden que si tan solo lo pronunciare creo que caería fulminado en este mismo momento. Es que uno ama, pero el amor lo hace a uno tan vulnerable. Hay mi querida M, mi hermosa y preciosa M, mi vida en M que se decidió a no amarme, a quererme y no quererme y torturarme. M de maldad, M de maldita, M de Mordaz, M de Miedo, M de Mendigo. Pero es que M es tanto para mí, tan difícil de saber que es. Tan efímera, tan única, tan fría y tan indiferente.

Cada noche es lo mismo, cada noche sin excepción. Todo está tranquilo desde el inicio, a pesar del sereno, de la luna que sale con las estrellas, de la oscuridad que poco a poco ocupa todo, la noche como tal no me asusta, lo que me da miedo es la medianoche. Como decía, las noches en mi casa son tranquilas, para las diez todas las actividades han cesado completamente y la única persona que está inquieta soy yo. Hay días en que logro conciliar el sueño, otras tomo un libro para tratar de distraerme, algunas raras ocasiones, no tomo la menor precaución y sigo con mis actividades diurnas. Algunos dicen que estoy loco, lo sé, pero si supieran lo que sucede en esos momentos… También entenderían. Cada noche, es decir, cada medianoche aparece.

No importa si estoy dormido, si estoy sentado o parado, cansado, activo, preocupado, temeroso, excitado, nervioso, feliz o triste. Tomo conciencia desde la primera campanada, el reloj del abuelo, grande y antiguo comienza a sonar a las 12 y sé que en ese momento todo comienza de nuevo, no importa tampoco donde me encuentre, aun las veces que me he encerrado en mi habitación, al sonar la primer campanada ya estoy yo en la estancia, esperándola, si es que acaso ella no estuvo allí siempre, esperándome. Nunca recuerdo esas cosas con nitidez, es como si todo se diera en sueños. Pero lo sé de antemano, cada noche el coqueteo se repite. Un vals, un bolero, un tango, una canción comienza a sonar, una melodía proveniente del mismo lugar que esa mujer suena y yo me le acerco, le ofrezco el brazo y sin una sola palabra comenzamos a bailar. Uno tan cerca del otro que incluso en estos momentos se me hace extraño no recordar como es su rostro. Sólo recuerdo su aliento, siempre me embriaga su aliento es como una larga noche de juerga en un solo trago. Incluso creo que la he besado, M de Mis labios, M de Mambo, M de Minerva o de Melissa, M de Mía, de que la tomo en mis brazos, en que cada noche yo le pido a Dios que yo he de ser su dueño. Y así las doce campanadas, las doce campanadas que se extienden la noche con una sola pieza musical o acaso es toda una sinfonía de silencios, de movimientos perfectos entre ella y yo, con una interminable y extensa variedad musical, proveniente de sus labios, de sus caderas, es que ella es la música, M de música, M de Mi amor, M de Morir…

Dicen que usted trae las sombras y por dentro está toda herida, por una noche en su lecho, soy capaz de dar la vida

Pero está noche no, aceptaré las doce campanadas, bajaré al salón, la tomaré del brazo, bailaremos al ritmo del danzón, de los corridos, de la música maya, bailaremos y nos tomaremos como sólo pueden hacerlo dos amantes, como sólo podemos hacerlo M y yo, pero las doce campanadas no se terminarán nunca, ella no se irá nunca, me pertenece, quedaremos los dos juntos por siempre, quedaremos entre las sombras, en nuestro lecho, sólo una noche yo pido, una noche por la cual dar la vida, la noche que no termina nunca.

Dicen que usted trae las sombras y por dentro está toda herida, por una noche en su lecho, soy capaz de dar la vida

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