martes, 1 de junio de 2010

Breve encuentro con un desconocido


Estábamos en la calle cuando llegó a nosotros corriendo y brincado de alegría. La reacción inmediata de todos fue el rechazo, pensar de quién podría ser y levantar la pierna para evitar un “efusivo abrazo”. Así son los perros, entre pervertidos y cariñosos. Pero bueno, cuando el perro es manso y agradable hasta lo acaricias sin importar que lo encuentres solo y en la calle. Como decía, uno dijo “¿de quien será?”, otro levantó la pierna para evitar que el perro lo “atacara” y yo me reía de la situación. No tardó mucho en perder el interés y correr por ahí: a veces sin dirección, otras a olfatear los árboles y también, a corretear a otro transeúnte que pasaba por la acera de enfrente. Pero los dueños no aparecían. Era un perro grande, limpio y al parecer de raza, no estoy seguro, no me gusta discriminar a los perros. Además corría impetuoso, de un lado al otro, definitivamente no sabía andar en la calle ¿qué hacer con él?
Nada, es tarde. Tienen que irse a la escuela y yo regresar a dormir un rato. No puedo preocuparme por un perro a las 7 de la mañana. Por lo menos eso pensé. La camioneta se fue y sólo quedamos él y yo en la calle. Caminé sigilosamente, esperando que no pudiera seguirme. No fue así, ya llevaba la mitad de la cuadra cuando el canino se dio cuenta y se lanzó brincando alegremente en mi dirección. Levanté un pie para evitar que se abalanzara sobre mí y le dije palabras cariñosas como “tranquilo, bonito” o “¿cómo andas amigo?”. Total que él miró a un señor que iba en el mismo sentido que nosotros y lo siguió. Pensando que me había librado de él, caminé despacio, que se fuera con otro y ya no es mi problema. Curiosamente, el otro me pregunto que si el perro no era mío. “No, a mí sólo me estaba siguiendo” Y lo dejé caminar mientras trataba de desembarazarse de nuestro peludo amigo. Pude ver como daban la vuelta, como me quitaba un peso de encima. Me quedé junto a la pared, justo en la esquina, para asomarme lo suficiente para ver que el perro se había alejado con el tipo enojón y seguir rumbo a mi casa.
Giré la cabeza rápidamente y quedé en shock. Ahí estaba mi amigo tirado en el suelo. Fui un estúpido en no pensar en él. Si pudiera, si hubiera. Él estaba ahí a media calle en el Boulevard, respirando con dificultad, con un globo ocular fuera de su cuenca, sabiendo que iba a morir. Tanto él como yo lo sabíamos y yo sin poder hacer nada. Quise acercarme, llorar a su lado, decirle a su oído que todo iba a estar bien, que iba a llegar al cielo como todas las almas nobles, que así les pasa a todos los perritos sin importar su tamaño. Acariciarlo, mientras la vida se iba desprendiéndole. Pero los automóviles seguían pasando y en la ciudad no hay tiempo para sentimentalismos. Me debatí demasiado tiempo en decidir que hacer, tanto que pude ver como sin soltar un quejido, sin llorar y con la mirada de quien sabe que llegó a su final, soltaba su último aliento y su cuerpo quedaba ahí en el suelo sin vida, mientras los coches seguían circulando a su alrededor.

2 comentarios:

pepsi dijo...

Me recuerda una experiencia más o menos reciente que le ocurrió a un amigo. Llegó deprimido a la escuela y me dijo que cuando fue a su casa había encontrado muerto al inquilino de turno; según esto, lo que más sintió de esa situación había sido darse cuenta de que el individuo había muerto completamente solo, sin nadie que lo auxiliara, sin nadie que supiera lo que le estaba pasando, solo murió al tratar de levantarse de la cama.

suspiros dijo...

dicen que en las personas la muerte se les ve en los ojos...eso dicen, yo creo que tambien los animales nos mandan señales