viernes, 27 de junio de 2008

Después de un tiempo

Cada cierto tiempo en que uno se detiene por un momento de la vida cotidiana y se da un día para no hacer, para sólo ser y por lo tanto pensar, pensar y luego existir. Cuando tienes un día así, donde no te bañas por que no sales a la calle, por que tienes todo lo que necesitas en tu casa y lo último que quieres es alterar el ritmo de la suave y sabrosa elucubración. Justamente en esos momentos que la mente está tranquila, que el cuerpo está relajado, que millones de trabajadores en el mundo quieren disfrutar, en esos momentos es cuando suele aparecer la crisis. La crisis de los veinte, de la adolescencia, de la segunda adolescencia, del antes del matrimonio, del matrimonio, de después del matrimonio. A veces pareciera que nuestras vidas en lugar de dividirse en etapas deberían dividirse en crisis, en cuantos obstáculos has superado para llegar hasta donde estás. Pero son precisamente esta clase de cosas las que le ponen el sazón a la vida.

Mi crisis como la de todas las personas, es demasiado personal, pero no al grado de no contarla, sino al grado de la incompresibilidad. ¿Alguna vez alguien te ha contado su historia triste? Apuesto a que sí, a que lo ha hecho. Pero también apuesto a que cuando era una situación completamente ajena a ti, que no tuviste ninguna identificación, te frustró el no sentir la angustia y ganas de llorar como a veces sucede cuando escuchas tu propia historia triste en los labios y la historia de otra persona. Por eso las crisis y los dolores son personales, únicos e intransferibles. Bastante incomprensibles. El típico “Yo te entiendo” viene a ser un mito urbano.

Regresando a Mi tema, hablaba de mi circunstancia, en un intento de salvarla, pues si no la salvo a ella no me salvo a mí mismo. La circunstancia es básica, simple y fácil de entender, por lo mismo de las más difíciles de resolver: estoy solo y eso me hace sentir mal. Problema cíclico, debo decirlo, cada dos o tres o cuatro o cada cierto tiempo recuerdo que estoy solo. Que no tengo amigos, que me molesta estar con mi familia, que en el Internet ya no le hablo a nadie y que, probablemente lo peor de todo, siempre estoy buscando a esa mujer en la cual basarme para que mi vida gire en torno a ella y a la vez, no estoy cómodo con ninguna de las que salen a mi encuentro.

Hace tiempo pensé que todo era el miedo, que tenía miedo de las personas, de lastimar y ser lastimado, de sentirme vulnerable, de que mi agresividad innata se desbordara y alguien que viera en mí un amigo sincero terminara siendo herido por no tener yo el tacto para tratar a las personas. Me aterraban las fiestas, los convivíos, el alcohol, los cigarros, las mujeres, los hombres, el estar a la vista de todos. Pero todo eso fue fácil de librar con simples esfuerzos de día con día.

Pero el miedo no es, ya lo he superado, aprendí a hacer el ridículo, a ser el payaso del salón, a que realmente me valga madres el que piensen de mí, que si me toco aquí, que sí hablo de eso, que si esto que si lo otro. Pero el problema sigue, sigo sin amigos, sin verdaderos amigos, sigo sin la mujer con la que quiera estar más de cinco minutos e irremediablemente cada vez son más largas las temporadas en las que estoy completa y absolutamente solo. El problema no es el miedo, ese es un obstáculo que es fácil vencer. El problema es la costumbre. Cuando uno se acostumbra todo está jodido, el querer evitarla, el querer decir “mañana mismo saldré haré un verdadero amigo (o me reconciliaré con uno de los que tuve) y todo será diferente” o tal vez “está chava me gusta, con tranquilidad y en el momento adecuado le diré que si quiere ser mi novia y todo será miel sobre hojuelas”, esa clase de frases, en mi vocabulario son como un “voy a dejar el cigarro en un día”, “claro que puedo vivir sin Internet”, “el sexo está sobrevaluado” Es decir, un vicio no sale tan fácil.

Y así es, estoy viciado, la costumbre y el gusto por estar solo, por realmente estar solo y no ser recordado por nadie. Todas las personas que me rodean, tienen fotografías, nombres, teléfonos y amigos que duran años y años y que probablemente morirán “junto con ellos” y ¿yo? Yo la tengo a ella, mi amada, la soledad. Y es lo que me queda, el saber que está ella, que nunca estoy realmente solo por que siempre estoy conmigo y el triste saber que no necesito a nadie más. No sé por que entonces me empeño en querer cambiar todo eso. Buscándote a ti.

2 comentarios:

Dream Weaver dijo...

Ultimamente me ha dado por extrañar estar en crisis. Cuando lo más que me apura es pensar en si hoy me echaré en mi cama o en el sillón, me doy cuenta de lo aburrida que es mi vida y en el poco provecho que sacaré del día. Mínimo en crisis me pongo a hacer algo útil y productivo para evitar pensar en ella.
No digo, claro, que sea delicioso andar así. Pero creo que cuando empiezas a contar tu vida por el número de angustias que pasaste, es porque dejaste que la ingrata se aprovechara de ti.
Y qué acaso estoy pintada en la pared??? Digo, ya sé que no puedo hacer todo lo que pides realidad, pero por una heridita ocasional no voy a andar lloriqueando como nena y alejándome. Así es como deben ser los amigos, tú no te preocupes por lo que les puedas hacer, mientras no lo hagas con todo propósito.
Besos

Anónimo dijo...

Que quieres en tus momentos de crisis? Solo apagar el mundo y fingir que nada te afecta? Un lecho cariñoso que te abraze y te diga ya..ya..todo estara mejor?
Yo nunca te he juzgado y si lo he hecho me he retractado, sencillamente todos estamos inconformes con algo eso es bueno! No somos mediocres, siempre vamos mas alla...(o no?)
A veces lo que anhelamos es algo tan perfecto, maquinado a nuestro antojo por nuestro maquiavelico cerebro, que la realidad nos parece tan absurda, tan carente y desgraciada que nos encontramos en una crisis de lo q quiero y lo que es, lo que quiero y lo q tengo...
Es solo una opinion