miércoles, 21 de abril de 2010

Recorrido por la ciudad (3 de 5)

 


Cuando por fin salimos a pasear ya era un poco tarde. Pasaba del mediodía pero las chicas se habían prevenido trayendo una canasta de comida para no tener que regresar al hotel. Era poco probable que encontráramos un buen restaurante y era mejor pasar un rato al aire libre. Tal vez en el jardín de la ciudad y así evitar el fastidio de pasar tanto tiempo encerrados.

Recorrimos casi toda la ciudad, de arriba a abajo, pasamos por la calle principal, así como por callejones que venían en todas formas y tamaños, desde unos grandes que bien podían ser una calle (claro, con muchos escalones) y unos tan pequeños y cerrados que apenas podía pasar una persona a la vez. La ciudad estaba hecha según los cerros, por lo mismo muchas veces tomábamos un callejón que terminaba en una dirección muy diferente a la que planeamos tomar o topábamos con que no había salida y teníamos que regresar. Además de caminar por sus calles nos encontramos un par de museos, uno del héroe de la ciudad, un cantante que había sido medianamente famoso y en el cual solamente había cosas personales, tan personales que no sé como podían interesarle a alguien ajeno a la ciudad. En el otro había exposiciones de arte, nada del otro mundo. Una exposición de miniaturas, otra de arte típico regional, una de más de “alta cultura” y por último una exposición de arte abstracto y eso sí, un precio demasiado exagerado para lo que el museo ofrecía. Lo cierto era que el encanto de San Luisito se encontraba en la ciudad misma, en el misterio, en lo perturbador, como había dicho Alberto. Era pueblo chico y enigmático, de esos que tienes que recorrer sus calles, sus callejones, internarte hasta sus entrañas para entender lo que se siente estar ahí y no querer regresar jamás.
Nos sentamos a comer en un pequeño jardín que encontramos en la cima de uno de los callejones y cuando habíamos terminado quisimos volver al hotel, a bañarnos y descansar, sólo entonces nos dimos cuenta de la verdadera trampa de la ciudad. No sólo estaba desierta, no sólo parecía que la gente nos rehuía, también era un laberinto dentro de sus callejones y recovecos, por eso mientras el sol bajaba nos preguntamos como haríamos para volver al hotel.
Llevábamos caminando cerca de veinte minutos en círculos cuando recordé la brújula que me había dado la señora Rosa. La saqué de mi bolsillo y al mirarla todos pudimos ver como se encontraba dando brincos como loca. Al parecer el Norte se encontraba al frente, izquierda y derecha de nosotros. Curiosamente nunca dio vuelta completa hacia la izquierda. Siempre tuve entendido que cuando las brújulas no sirven por algún campo electro magnético dan vueltas como locas, pero puedo jurar que esta nunca dio vuelta hacia el oeste. La brújula no nos iba a sacar del aprieto y los celulares tampoco. Desde que llegamos a la ciudad supimos que no había señal. Caminamos otros diez minutos hasta que alguien se hartó y empezamos a tocar en varias casas para pedir direcciones. En todas, la respuesta siempre era la misma. Nuestros golpes en la puerta resonaban una y otra vez y nos regresaban el eco de los mismos. No había ni un alma a quien preguntar que demonios hacer. Justo cuando estaba anocheciendo la niebla comenzó a subir.
Como había dicho la señora Rosa la neblina apareció de forma tan rápida y disimulada que no pudimos tomar las previsiones necesarias. Todos nos encontrábamos separados a través del callejón, tocando a distintas casas buscando ayuda cuando por casualidad miré el suelo y pude distinguir un poco de neblina. Volví la vista alrededor y a simple vista no podía ver a ninguno de los otros. Regrese siguiendo mis pasos y comencé a llamarlos, la niebla ya estaba llegando arriba de mi cintura cuando escuché que gritaban mi nombre, corrí en esa dirección pensando que tal vez sería demasiado tarde cuando tropecé en un escalón y rodé varios metros abajo por un callejón hasta terminar golpeándome la cabeza con el suelo perdiendo la consciencia instantáneamente.
Cuando abrí los ojos el callejón estaba demasiado oscuro, sólo podía distinguir unas luces a lo lejos además del dolor en todo el cuerpo. Me encontraba desorientado y conforme mi visión iba definiéndose mi mente lo hacía también. Al instante recordé lo que había pasado, pero ¿qué pudo haber pasado? Es cierto que me desmayé por lo menos una hora, tal vez más, era difícil definirlo entre la oscuridad natural y la que se producía con la neblina. Pero ¿Dónde estaban los demás? Después de eso debieron haberme buscado, escuchado como caía y correr a encontrarme, pero ahí estaba yo, solo en ese callejón sin tener más idea que saber que había caído, por eso decidí subir siguiendo el callejón, tal vez encontrara a alguien.
Hay varias experiencias que uno nunca puede olvidar en la vida por la forma en que te hacen sentir, diferente a cualquier cosa que te haya sucedido antes, por ejemplo: cuando te revuelca una ola y pierdes todo sentido de la orientación, entrar a una de esas casas de ilusiones ópticas donde las cosas parece que suben cuando en realidad caen o tal vez, perderte en medio de la niebla en San Luisito. Estuve repasando en mi cabeza, todavía confundido. Había bajado, tomado a la derecha y luego había tropezado, no pude haber caído más allá de un callejón, debían estar cerca.
Pero aún así, lo único que contestaba mis gritos era el silencio. Por su parte, el pueblo seguía igual de abandonado y callado que antes, pero creo que el concentrarme en encontrar al resto fue lo que me permitió seguir algo tranquilo. La tarea era difícil, estaba completamente perdido, no se escuchaba ningún alma por las calles y las farolas eran pocas, algunas estaban fundidas por lo que a duras penas caminaba entre sombras y nubes de neblina. Era como atravesar el bosque en medio de la noche, cuando las ramas y hojas no te permiten ver nada hasta que llegas a un claro.
Poco a poco me fui desesperando, ni siquiera puedo decir que anduve en círculos, era imposible reconocer los lugares que ya había pisado (si es que en verdad ya los había pisado), era más una sensación de que San Luisito fuera infinito, subía y bajaba y volvía a subir, pero no sólo no llegaba a ningún lugar conocido, puedo decir que estuve cerca de una hora sin encontrar a ningún ser viviente. Me parece completamente imposible que estuve caminando cerca de veinte minutos de la forma más recta que pude, tratando de salir a las orillas de la ciudad y a partir de ahí guiarme, sin éxito. Era como si nunca hubiera salido del mismo callejón. Estaba desesperado, quería rendirme pero ¿qué hacer? No podía sólo dejar de caminar y esperar un milagro, tenía la sensación de que dormir en esas calles no era seguro. La gente sombra, me inquietaba. Sombra, ahora lo recuerdo, eso fue lo que me impulsó a correr de nuevo, cuando estaba en plena desesperación recordé los cigarrillos en mi bolsillo. Cogí uno, lo encendí y no llevaba más de tres caladas cuando pude ver una sombra entre la neblina, alguien que pasaba por el callejón cercano. Arrojé el cigarro en el acto, corriendo detrás de ella.

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