lunes, 19 de abril de 2010

Sangre de Cristo




—Suave, suave, deja que me vaya acostumbrando por que el tuyo es muy grueso— Él creyó que a ella le gustaba mentir, nunca nadie se le había ocurrido decirle un “cumplido” como ese, aún así siguió con la acción.

—Entonces ¿te gusta así? o quieres que te toque un poco más, te siento un poco seca.


—No te preocupes, solo bésame un poco el cuello ¿quieres? Así, exactamente, empuja un poco, bien, ay que rico.



Estaban sentados los dos en la fiesta. Casi tocándose, la mano de él rozando el trasero de ella, pero esta ni se inmutaba. Era la parte de las charadas, dos equipos, una persona pasa y trata de actuar con mímica una película, el equipo trata de adivinar, ese juego aburrido de las fiestas. Él estaba absorto, conocía demasiadas mañas y la tenía tan cerca que ver su trasero cada que ella se levantaba, sobretodo acentuado con el efecto de los tacones era toda una exquisitez. No sólo eso, incluso se había atrevido a romper la barrera del tacto, el sillón donde estaban era tan pequeño que la abrazaba discretamente, trasero en mano firme. Podía respirar de ella, sentir el vapor que salía de su piel, inhalarlo: estaba tan excitado.



Se quitó la ropa mientras se recostaba en la cama y lo miraba a los ojos. “Ambos sabemos por que estamos aquí” decía sin hablarlo. Pero el músico se sentía inseguro, quería poseerla, pero no sabía  cómo hacerlo. Ella estiró sus piernas, ahí estaba en todo su esplendor sus pantorrillas bien formadas y esos tacones al final, desde que los vio él sospechó que ella sabría usarlos. Estaba excitado, nervioso y excitado, no había más.



Impertérrita. Esa palabra la define. Sólo está sentada, mirando al vacío. La mujer perfecta, el cabello lo suficientemente largo para el sexo pasional y lo suficientemente corto como para una relación duradera. Culta y fina dama, leída y letrada. Además de la cara de ángel. Impertérrita como un ángel. Cuerpo de tentación, culito sabroso, cinturita. Pero impertérrita. Seguro gime rico, seguro lo chupa. Seguro, lo que es seguro, es que ella ni lo mira mientras la fiesta continua. Es como si hubiera introyectado tanto que no quisiera volver a hablar. Es como si nadie existiera para ella. Es como si nadie existiera desde que está ella.



Pero en la cama es diferente, lo muerde en el cuello, le rasguña la espalda mientras le grita como vil puta “métemelo fuerte, métemelo más fuerte, mátame”.  Ella se retuerce como si durante todo el tiempo estuviera sintiendo un orgasmo, un orgasmo comparado a una novena sinfonía. Él no logra relajarse, es que no se lo esperaba, la deseaba, pero no así. La quería impertérrita. Aún así lo goza, sabe que no volverá a tener a alguien con un cuerpo como ella en su cama. Sabe que todo puede acabar en cualquier momento y por eso le pide que le arañe más fuerte, que queden las marcas, que se queden los testimonios.



—Ahora le toca bailar a Diana— Curioso, que queriendo pasar desapercibido todo se basaba en ella, se sentaba junto a ella, se reía de los chistes que le contaba (y sólo de esos), ahora la había puesto a un paso del ridículo público. Inconsciente, que le llaman —Ándale Diana, te toca bailar, haber, pónganle una bien sexy “You know you want me” o algo así.



Lo que lo tenía más intrigado era la mano en el trasero. El era discreto, pero sabía que ella debió incomodarse. Desde que se sentará a su lado, él no había podido de dejar de acercar su mano, primero casualmente, después de tres cervezas de forma casi “intencionada”. Pero ella no hacía nada. Se limitaba a permanecer quieta, a sonreír y negar con la cabeza cuando alguien le ofrecía un taco u otra cerveza, era vegetariana y, al parecer bebía poco. En ningún momento su semblante cambió, ni siquiera cuando el se envalentonó y él pellizco de forma descaradamente educada. Ella simplemente levantó su mano izquierda, suavemente, como un suspiro, la movió sobre el cuerpo de él, rozando de forma “completamente causal” su pene antes de poner su mano en su espalda, bajarla hacia su trasero y alejar los pantalones de su cuerpo, que el viera lo que le esperaba. Ropa interior de encaje. Mujeres. Mujeres fetichistas. Mujeres fetichistas clásicas.



—Estoy a punto de llegar, en verdad eres bueno, Mario— Le decía mientras él taladraba con los tobillos de ésta en los hombros —Sólo un poco más y no te detengas, sino en verdad voy a odiarte.


—No. No me detengo.


—Eso, eres un buen muchacho —Curioso comentario, teniendo ella 19 y el 25 —Te queda un poco que aprender, pero tienes talento. Eres un natural.


—Gracias, supongo.


—No des las gracias, me lo vas a espantar con esa clase de tonterías.


—  ¿Espantarte? ¿El orgasmo?


—Pues claro, sino, ¿qué?


—No, pues nada.


—Ya viene, ya viene— En el momento justo del orgasmo, ella le muerde el brazo, tan fuerte que alcanza a enterrarle el colmillo, brota una gota de sangre de la herida.



La cama está vacía. Él se encuentra tirado en el suelo, mientras recuerda lo que sucedió en la noche. La acompañó a su casa, ella pidió que la dejara a la entrada del callejón, pero él insistió, pasaba de medianoche, habían bebido y la caballerosidad es primero. Ella insistió en que no se molestara, pero él ya iba en camino. Lo había estado pensando toda la noche. Degustando el pequeño cuello de ella. Se moría de ganas de lamerlo. Sin embargo, subieron en silencio. La respiración de ambos se agitaba por el esfuerzo físico. Ella impertérrita, sudando pero impertérrita. Él con una erección marca diablo. Sólo quería taladrarla hasta el otro lado de la cama. Fue en ese momento cuando vieron a la figura que bajaba.


—Te presentó a mi novio, Joaquín— de regreso por el callejón, en la oscuridad de la noche.

2 comentarios:

suspiros dijo...

Me gusta la manera en que nos vas llevando por un rumbo en tus historias y luego le das un giro con los finales sin que pierda sentido el cuerpo. Es algo que no he aprendido a hacer...

Emma dijo...

Delicioso relato.
Creo que después de 14 veces de leerlo, me sigue gustando.