sábado, 16 de enero de 2010

Aroma


 Siempre he creído que soy una persona que no necesita saber donde está el promedio, estoy demasiado arriba como para preocuparme por ello. He logrado lo que he querido, tengo un doctorado en física, soy altamente reconocido en el país, gano más dinero del que mi mujer quisiera gastar, mis hijos no sólo heredaron mi inteligencia, sino que ya son autosuficientes sin siquiera haber terminado la carrera. Tal vez no tenga la fortuna de Bill Gates, pero les aseguro que mi CI es un par de decenas más alto.


Claro, ahora los que son psicólogos o los que ven muchos programas policíacos dirán que lo hice por mi complejo de superioridad, que necesitaba probarme que soy mejor que todos los demás. Siendo honestos lo hice por que estaba aburrido. La vida no ofrece grandes sorpresas a quienes lo tenemos todo. Por eso se inventaron las drogas, las luces fuertes, los autos deportivos y todas esos adornos que se hacen con oro. Es para que los ricos tengan algo con que entretenerse. Yo no soy rico, pero vamos, estaba harto de la rutina. Aunque, la vida siempre trae nuevas cosas.


Ella estaba vestida con el uniforme escolar, Gloria me dijo que se llamaba. Estaba nerviosa, pude sentir el sudor en la palma de su mano mientras me saludaba. Sus ojos eran demasiado expresivos y reflejaban su evidente nerviosismo, tenía las mejillas levemente ruborizadas, pero mantenía su barbilla elegantemente levantada, mientras su fina nariz paradójicamente respiraba de forma tranquila. Pero es que toda ella era una paradoja.


Cuando me invitaron a dar una conferencia a la preparatoria oficial sabía que no era una buena idea. Los jóvenes de ahora no quieren saber de física, no les importan las leyes que rigen la naturaleza, no quieren saber como funcionan las cosas. Todo se trata de comprar, de consumir, de ponerse ebrios, de tener con que y poder hacerlo. Todo es placer a corto plazo, libertinaje y nada de responsabilidades. Entonces va a venir el renombrado Doctor Sarabia y les va a hablar de la materia más aburrida y que además 3 de cada 4 alumnos reprueba, era obvio que era una empresa que no valía la pena realizar y que si no hubiera sido por el estúpido de Jiménez, director de la preparatoria y antiguo compañero de licenciatura no hubiera tenido que realizar.


Y ahí estaba la paradójica Gloria, esperándome al terminar la charla. Parecía tan inocente como cualquier chica de quince años. Me excitaba ver como su cuerpo sudaba al mirarme, como sus ojos se emocionaban por tenerme frente a ella y escuchar la forma en que me admiraba. ¿Cómo una adolescente (atractiva) de una preparatoria pública podría interesarse por la física? Eso simplemente no pasa. La cosa no pasó a más, le ofrecí mi autógrafo, intercambiamos un par de frases, el director llegó por mí para llevarme a desayunar y ni siquiera tuve la oportunidad de invitarla a mi laboratorio. Será para la próxima.


A decir verdad no fue como suele suceder. Conoces a una persona, la piensas por el resto de la vida, se convierte en tu obsesión, lo primero en las mañanas y lo último antes de dormir. Entonces lo piensas tanto que hay un momento en que te das cuenta en que nunca será para ti, que en verdad no te quiere, que la única forma de tenerla será matándola. A mí no me importaba tanto Gloria, al momento pensé que era linda, que era rara y que quería tener sexo con ella. Para después del desayuno lo había olvidado. Es cierto que me había impresionado, pero tenía muchas ocupaciones diarias como para seguir preocupado por eso.


En pocos días tenía el congreso en la ciudad de Monterrey, estuve preparando mi material toda la tarde. Mi mujer había salido a hacer las compras, mis hijos haciendo cosas de jóvenes, la verdad no importaba, todos sabían que necesitaba la casa a solas para trabajar. Eran cerca de las cuatro cuando decidí tomar un descanso en la terraza de la playa. Estaba tomando un vaso de vino tinto y disfrutando de uno de mis cigarros cuando la vi. Iba corriendo por la orilla de la playa en solitario, con un pequeño short deportivo, una blusa blanca que resaltaba sus juveniles y nada despreciables formas, llevaba audífonos y parecía absorta en su carrera. En ese momento me di cuenta que tenía que hacer algo: O me la cojo o la mato, pero algo hay que hacer.


Discretamente corrí detrás de ella, esperando que no resultara demasiado extraño que un doctor respetado y en mi edad corriera tras una jovencita. Pero bueno, la toqué en el hombro y ella se sobresaltó, por un momento hizo un gesto como de querer golpearme, pero me reconoció.


— Me sacó un susto de muerte. Mire que venir a encontrarlo aquí.

— Lo siento, no era mi intención, sólo que te vi pasar por aquí y quería saludarte, pero vaya que estás en buena forma, me costó trabajo alcanzarte.

— No se preocupe Doctor Sarabia, al contrario, es un gusto saludarlo. Aunque, ¿qué está haciendo usted por aquí? Yo suelo venir por aquí por que suele estar muy solo, muy tranquilo.

— Ah, es que precisamente vivo en esa casa, aquella terraza. Estaba descansando un poco después de preparar los últimos detalles para el congreso de física en la ciudad de Monterrey. En eso te vi pasar y quise saludarte, no todos los días uno conoce a una chica tan joven que le entusiasme la física.

— Gracias por el halago, pero no creo ser tan especial. Rayos, me hubiera gustado ir al congreso, por más que intenté juntar suficientes chavos para un camión de parte de la preparatoria no se pudo. Si por lo menos hubiera sido en un puerto en lugar de Monterrey. Pero ni modo.

Fatum. El mismo Fatum que maldijo a Edipo. Venía por mí, me servía la tentación en bandeja de plata y sabía que no podía negarme. Lo pensé sólo un segundo. En cualquier otra circunstancia eso se hubiera visto mal, pero yo era el Doctor Sarabia, extrañamente la palabra doctor viene acompañada con los prejuicios adecuados, como si cualquiera que consigue el grado fuera una especie de santo. Un iluminado que puede ver la realidad del mundo. Cuando la verdad es que lo doctor no quita lo pendejo. De cualquier manera la invitación me salió tan natural.

— Si quieres puedes ir con nosotros, yo y el profesor Sánchez iremos en un coche particular, llevaremos a Carlos que es un estudiante de 6to. Semestre, así que bien podrías ir. Si gustas.


—Tengo que pedirle permiso a mis papás— dijo, con una sonrisa pícara en los labios— pero sí me gustaría ir con usted— Creo que me voy a ir al infierno.

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