miércoles, 6 de enero de 2010

Emprende el vuelo


Mi vida siempre ha estado en las nubes. Desde que era pequeña me gustaba mirar al cielo durante horas preguntándome como sería vivir allá arriba, sentada junto a Dios. Así me pasaba las tardes en el patio de la casa, tirada boca arriba y contemplando durante horas. Adoraba las noches de luna llena, donde la luna no sólo ilumina la tierra, sino que nos deja mirar las nubes en tonos morados y violetas tan hermosos.


Pero como siempre, el tiempo pasa y uno crece, entonces te dicen que tienes que olvidarte del cielo, buscarte un trabajo en un restaurante como mesera, ni siquiera pensar en estudiar una carrera pues la familia no tiene dinero. Así que nunca sueñes con alcanzar el cielo, por que tienes una cadena bien grande que no te permitirá volar.


Pasé cerca de diez años en ese horrible lugar, atendiendo mesa tras mesa, día tras día. Descanso los lunes, horario corrido del medio día hasta medianoche, dos de la mañana si tenía que hacer cierre. Los clientes siempre me coqueteaban, desde los que querían llevarme a la cama del hotel o de su casa, hasta los que llevaba toda la vida enamorados de mí. Y las otras meseras estaban celosas por que adjudicaban mis propinas al deseo de los clientes (algo lógico al ser yo la única soltera del restaurante).


Tal vez hubiera pasado el resto de mi vida, sino fuera por que en mi poco tiempo libre seguía haciendo aquello que desde la infancia: Soñar con volar, con tocar el cielo. En uno de mis lunes libres, cuando tuve la oportunidad de escaparme de mis obligaciones para con mi familia, llegué al parque de la ciudad, inmediatamente fui a mi lugar especial: un sitio cerca del muro norte donde, entre el muro, los arboles y arbustos cercanos forman un claro que me permite concentrarme solamente en el cielo.


Llevaba cerca de media hora pensando en como podría llegar allá cuando apareció un joven de aspecto extraño. Llevaba una especie de gabardina negra, abierta en varios puntos, tenía un tatuaje que le cubría la mitad de la cara y marcas en los brazos, en ciertos puntos parecían heridas que habían cicatrizado hacía mucho, en otros, malformaciones de nacimiento. Lo cierto es que era guapo.


Él no dijo nada, sus labios no se movieron en ningún momento y aún así pude ver como levantaba su dedo índice en dirección de la nube que yo estaba mirando segundos atrás, mientras hacía esto sonaba su voz dentro de mi cabeza “¿por qué no vienes? Sólo inténtalo” Después de eso, juro que lo vi flotar lentamente y la nube que él había señalado se abría lentamente, haciendo un anillo enorme en medio del cielo, en medio del cual el joven se detuvo, volteo a verme, su voz de nuevo en mi cabeza decía “sólo tienes que flotar” y su mano me invitó otra vez a subir. Recuerdo que sentí como si mi cuerpo se separará del suelo, mientras él seguía llamándome desde lo alto.

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