sábado, 18 de agosto de 2007

Día 4 (Sindrome de Abstinencia)

Debería haberme levantado tarde pero la discípula seudo-intelectual a mi lado se robó mis cobijas. Pasé toda la madrugada cuestionándome acerca de los problemas morales –tal vez hasta legales- de tener sexo con ella, por otro lado, estuve tratando de apartarla de mi lado ya que es una de esas personas que incluso dormidos les gusta seguirte abrazando. No me quedó más que levantarme al baño a deshacerme de las ganas de orinar, ya que el frío no me dejaría dormir pasé a lavarme las manos y preparar desayuno para dos. Dudé acerca de despertarla, dudé también si debía decirle que se fuera o portarme como un caballero y que se quedara cuanto quisiera, lo que más dudé es si querría volver a hacerlo y que tanto podría extorsionarme en caso de yo negarme. Por fin terminé despertándola, tengo que aceptar que es de esas personas que aún recién salidas de la vigilia se ven radiantes. Me besó apasionadamente, me deje llevar sólo un poco y le advertí del desayuno. Comimos de forma bastante incomoda: yo no quería hablar y ella no quería parar de contarme detalles personales; creo que si hay algo peor que tener sexo con alguien que no te importa es que esa persona decida al día siguiente contarte toda la historia acerca de su vida.

Terminando el desayuno decidió tomar un baño, no pude negarme, por lo menos alcanzaría a dormir unos minutos en lo que salía. Caí profundamente dormido, ella salió del baño, se recostó a mi lado, me acarició, me acerqué a su cuerpo, estaba desnuda y terminé durmiendo en medio de sus pechos. De todo esto me enteraría un par de horas después cuando por fin despertara en sus brazos. Me dijo que tenía que irse y que nos veríamos luego, que le encantaba a sobremanera y que quería volver a tenerme dentro.

Ya era un poco tarde pero sabía que tenía algo que hacer. Tomé un baño bastante rápido –descubriendo que Laura había dejado su ropa interior en mi baño- las llaves del auto, cerré la casa sin siquiera volver a asegurarme que efectivamente estuviera la puerta asegurada. Compré una comida rápida en el camino (fast food, fat food que le llaman) sólo para amortiguar el golpe de los cigarros que venían. Este tipo de viaje normalmente lo haría de manera más natural, sin cigarros y caminando, tal vez en bicicleta, lo cierto es que me urgía llegar, subir a la montaña y sacar todo de mi sistema, olvidar otro fatídico día.

Llegué un poco antes de la puesta de sol, el automóvil lo dejé perdido al igual que los restos de mí y me senté tranquilamente a perderme en el vacío. Mi lugar favorito siempre causa ese tipo de cosas, el ver la ciudad desde arriba combinada con la naturaleza restante que la rodea: es toda una espiral para perderse. Un cigarro, otro cigarro y las horas sin notarse, uno puede llegar a perderse tanto que no pueda notar cuando el Sol ya se ha ido, cuando ha dejado de mirar las nubes y ahora ve las estrellas; puede perderse tanto como para no darse cuenta que los cerros cambian y se convierten en fantasmas del pasado, que la luna comienza a gritarle a uno sus faltas; puedes llegar a parecer un lunático, creer que eres un lobo, quitarte la ropa, correr desnudo por todo el lugar, herirte los brazos, la espalda, los glúteos, las piernas, los pies, la cara y ni siquiera saber como. Todo puede pasar en el espiral, todo excepto morir, todo está permitido, todo se puede lograr. Para que funcione sólo es cuestión de creerlo. Lo único malo de entrar en él es que uno en realidad sigue siendo funcional, puede estar completamente dentro, pero seguir actuando como cualquier persona “normal” lo que causa que uno aparezca nuevamente en su cama, desnudo, exhausto, lastimado, herido, tratando de reubicarse en su realidad y sin tener fuerzas más que para cerrar los ojos e intentar dormir.

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