sábado, 18 de agosto de 2007

La muerte del eco

Todo lo que yo decía él lo repetía, me seguía y yo ni siquiera sabía si era porque me admirara, porque yo le gustara o solamente era una inocente fijación por mí.

Me seguía y repetía, y repetía todo lo que yo decía, parecería que fuera una relación efímera, sin embargo, a mí me satisfacía que hubiera alguien que me imitara, que mis palabras valieran lo suficiente como para ser repetidas.

Compartíamos todo, pensamientos y oraciones, canciones y poesías, lecturas y charlas, todo… todo lo que yo decía. Simplemente lo amaba, entonces, ¿qué pasó?

Un día, un lamentable día de mi infancia, yo con plena inocencia insulté a la maestra, en voz baja, claro está, pero él no, él lo hizo a plena voz, la maestra me descubrió… todo terminaría mal.

Me harté, simplemente me fastidié, lo insulté y le grité, lo maltrate y le escupí, me enojé y me desesperé, lo ahuyenté y lo corrí, y él, y él, murió.

Luego, luego lo extrañé, no había quien repitiera lo que yo decía, antes… antes nunca estaba solo, y por más que yo le hablaba y le gritaba al vacío, ya nadie me contestaba en el silencio.

1 comentario:

Espaciolandesa dijo...

Muerto por dentro.

Morir por dentro es ya estar muerto.

Porque es no vivir y no vivir es estar muerto.

¿Qué tiene que ver esto con tu escrito? No lo sé.

Veía el título.